En muchas ocasiones hemos hablado de modelos de crianza y de educación, e incluso de tipos de padre según sea la forma en la que educan a sus hijos. Hoy nos referimos a una forma de educar que evita los castigos o más bien los sustituye por consecuencias: la Regla de las 4R. De ella, el psicólogo Rafa Guerrero afirma que «se consiguen muy buenos resultados en un medio-largo plazo y que se tiene en cuenta el desarrollo y las necesidades del niño«.
Aplicarla es tan sencillo como sustituir los castigos por consecuencias, pero estas han de cumplir cuatro preceptos ,y todos ellos empiezan por R, de ahí su nombre: respetuosas, razonables, relacionadas y reveladas de antemano. Así han de ser las consecuencias naturales de las acciones que nuestros hijos realicen. Algo que fomenta un aprendizaje significativo y una comprensión profunda de la responsabilidad.
Las consecuencias deben ser en primer lugar respetuosas con el menor, al que debe se tener presente en todo momento. Y es que con ello queremos que aprenda, no que tenga miedo y deje de hacerlo por eso. El niño debe sentirse comprendido y valorado y así estará más dispuesto a aceptar y a aprender de las consecuencias de sus acciones.
La segunda R se refiere a que las consecuencias sean razonables, es decir, no deben ser desproporcionadas o desmesuradas con respecto a las acciones del pequeño. Se deben aplicar en su justa medida: ni pasar por alto los hechos ni exagerando las consecuencias, ya que con ello solo generaremos confusión en el niño, mientras que si son adecuadas fomentarán la comprensión y el aprendizaje.
En tercer lugar deben estar ‘relacionadas’ con el comportamiento que deseamos corregir. Si esto es así, vamos a ayudar al niño a que vea la conexión entre sus acciones y las consecuencias de estas. Por ejemplo, si pinta una mesa, la consecuencia ha de ser ayudar a limpiarla, no estar un mes sin ver la tele. Y por último, el niño debe conocer antes de que se produzca la conducta inadecuada, es decir, deben ser ‘reveladas de antemano’. Así podrá tomar decisiones más conscientes y entender que las consecuencias no se escogen de forma arbitraria, sino que resultan de sus propias elecciones.
Y es que desde una perspectiva neurobiológica, «los castigos activan la parte inferior del cerebro del niño, mientras que las consecuencias aplicadas de manera respetuosa lo activan entero, algo que permite un verdadero aprendizaje«, explica el psicólogo. Y añade, «en el castigo, el menor no aprende que lo que ha hecho es peligroso o es una falta de respeto hacia los demás, sino que aprende a obedecer y a sentir miedo hacia quien le castigó. Los niños castigados pueden sentir emociones de defensa tan dispares como la rabia, el miedo o la tristeza, lo que les dificulta tomar decisiones por ellos mismos, respetarse y exigir ser respetados por los demás.»
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