Ansiedad, apego (especialmente ansioso o evitativo), empatía, toxicidad, narcisismo y terapia, mucha terapia. En los últimos años, las redes sociales y las conversaciones entre amigos se están llenando de psicología y de debates en torno a la salud mental. Y aunque este auge es de lo más beneficioso, hay muchos otros términos que nos dejamos en el tintero y que son también esenciales para entender la psique humana.
Siempre se ha dicho que el amor propio y la empatía son las claves para tener relaciones de calidad. Pero para poder ponerse en el lugar de otro o conocer las necesidades y sentimientos de nuestra pareja, antes hay que saber identificar y gestionar nuestras propias emociones. Y es ahí donde entran las dos palabras mágicas: inteligencia emocional.
Fue el psicólogo norteamericano Daniel Goleman quien acuñó este término por primera vez en 1995 y lo definió como la capacidad de reconocer sentimientos propios y ajenos, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones. Es decir, saber gestionar adecuadamente nuestras emociones; ser conscientes de lo que decimos y de cómo lo decimos.
Y esta habilidad que parece tan banal, es la clave para poder tener una relación valiosa, de calidad y en la que podamos aportar algo y que también nos aporte a nosotros. Así lo defiende la psicóloga Silvia Congost en un artículo para la revista Elle en el que hace hincapié en la necesidad de profundizar en una mirada internar, es decir, de hacer introspección y empezar por uno mismo.
«Tenemos que empezar por entender lo que nos pasa a nosotros por dentro y haber encontrado herramientas para hacer frente a estas emociones propias y luego esto será una garantía que nos permitirá utilizarlo para mejorar nuestras relaciones con los demás», apunta Congost.
Pero la inteligencia emocional, como todo en la psicología, requiere de esfuerzo, autoanálisis y mucha conciencia de nuestra propia mente y no todos logramos gestionarlo, aunque es perfectamente posible. Por eso, también es importante identificar las señales de que carecemos de esta capacidad.
Por ejemplo, una persona que no puede empatizar con las emociones del resto de personas es más difícil que se muestre capaz de gestionar sus propios sentimientos; así como alguien que no pueda expresar su dolor o conocer cuáles son sus verdaderas necesidades. Si ni siquiera nosotros lo sabemos, ¿cómo pretendemos que lo sepan otros?
Congost, además, insiste en la importancia de la inteligencia emocional por su papel protagonista en cualquier relación sana y fructífera y añade: «De la calidad de estas relaciones, dependerá la calidad de nuestra vida».
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