Aun así, todo en exceso es malo y realmente deberías tener cuidado sobre la cantidad de sal que decides añadir en tus comidas. El consumo excesivo de sal puede provocar daños en nuestro organismo, afectando a nuestros riñones, encargados de regular el sodio en nuestra sangre y de mantener un equilibro de él para así poder obtener un aprovechamiento perfecto.
El cuerpo necesita mantener un equilibrio entre la cantidad de sodio y el potasio para poder realizar cantidad de funciones como bien es la propia tensión arterial. El sodio tiene presencia en alimentos naturales como la leche o la carne, pero tambien la podemos encontrar en alimentos más eprocesados como las palomitas, las galletas o el propio pan de nuestro día a día.
Además, tenemos que tener en cuenta al potasio, un elemento que juega un papel muy importante en el funcionamiento de nuestro corazón. Este factor está muy presente en las dietas naturales, gracias a elementos como la fruta o la verdura. Siguiendo una dieta saludable puedes lograr un equilibrio entre el potasio y el sodio en los tejidos y líquidos corporales.
En efecto, hay un gran culpable en todo esto del consumo en exceso de sal, se trata de aquella que consideramos no presente porque no la añadimos nosotros directamente. Por no hablar de la sal de mesa, con la que estamos acostumbrados a aportar sabor a nuestras comidas y a todo lo que cocinamos provocando una ingesta de ella a veces excesiva. Con lo que a veces no se cuenta, es que se puede educar al paladar y que si en algún momento has tenido la necesidad de añadirle sal a tu comida, es porque tu lo has acostumbrado así.
Todo esto provoca que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), consumamos el doble de la cantidad diaria recomendada, que ronda los 5 gramos de sal, equiparable a una cucharadita de café. Los españoles consumimos en torno a los 10 gramos de sal diarios de lo que 5 corresponden al sodio; una cantidad completamente disparatada.
Consecuencias de un consumo excesivo
Este consumo en cantidad puede provocar enfermedades crónicas y numerosas compliaciones al corazón, riñones y microcirculación, teniendo así relación directa con el incremento de pacientes con hipertensión y diabetes. Este mal hábito genera una retención de líquidos que obliga al corazón, hígado y riñones a trabajar por encima de sus niveles habituales, lo que afecta directamente al sistema cardiovascular y agita la función renal.