Según una investigación de los economistas Andrew Oswald y David Blanchflower, la infancia y la madurez tardía son los dos momentos de la vida en la que somos más felices.
Durante la infancia porque tenemos un conocimiento de la vida mucho más superficial sin duda y a partir de los cincuenta porque volvemos a disfrutar de los pequeños detalles, además de que tenemos ya las herramientas para enfrentarnos a los problemas de la vida. Además de que «A medida que nos hacemos mayores nuestros cerebros se vuelven más resistentes al estrés, experimentamos menos remordimientos, somos más positivos, somos emocionalmente menos volátiles, aprovechamos más el momento, conectamos mejor con la gente e incluso tenemos cierta protección frente al daño emocional causado por la pérdida de salud», explica el periodista Jonathan Rauch autor de ‘La curva de la felicidad: por qué la vida mejora después de los 50’.
Desde Uppers hacen referencia al psiquiatra Robert Waldinge, uno de los directores del estudio de Harvard al que nos referíamos al principio, que explica respecto a la afirmación de que en la madurez somos más felices: «Creemos que es porque tenemos el sentido de los limites de la vida y de que la muerte es algo real y eso nos hace más felices, porque cambiamos nuestras vidas. Nos quitamos obligaciones de encima, amistades que no nos hacen felices o reuniones que no nos gustan».
Y es que parece claro que a mayor edad mayor felicidad, algo que sucede porque somos emocionalmente más sabios y «esa sabiduría nos hace florecer», además priorizamos lo que nos alegra.
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