Para saberlo, lo primero es saber de qué están hechas, para ello bastará con mirar la lista de ingredientes, entre ellos el más abundante es la sal, seguido por «el glutamato monosódico (E621), los ribonucleótidos de sodio (E635), el almidón, el extracto de levadura, las grasas saturadas y, al final, ya empiezan a aparecer las verduras, la carne o el pescado», explican desde El Confidencial.
Y es que a pesar de que utilizándolas lograremos un caldo con mucho sabor, en poco tiempo y por unos diez céntimos, su composición no es de lo más aconsejable para una dieta sana, empezando por la alta cantidad de sal que contienen.
Lo mismo ocurre con los caldos envasados, «los caldos del supermercado suelen llevar entre 0,7 y 0,8 gramos de sal por cada 100 ml. Los que señalan como bajos en sal, contienen unos 0,6 por 250 ml. Mejor escogerlos entonces con baja cantidad o reducidos en ella», explican desde publico.es.
Además llevan glutamato, un aditivo que potencia el sabor y estimula el apetito, «un componente que gusta y engancha, ya que es muy sabroso», explican desde El Confidencial y añaden que puede provocar dolores de cabeza, presión en las sienes y rigidez en la nuca.
Si a esto le unimos la falta de nutrientes, siempre será mucho más aconsejable preparar un caldo en casa, que además de ser más energético, nos va a aportar un cuarenta por ciento más de proteínas que el caldo de pastilla, además de hidratación y muy pocas calorías.
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