Durante el siglo XIX, el flamenco empezó a consolidarse con los ‘cafés cantantes’, locales donde la música y el baile flamenco eran protagonistas. El más famoso de estos cafés fue el que abrió el cantaor Silverio Franconetti en Sevilla, donde se impulsó la profesionalización de los artistas flamencos. Estos espacios jugaron un papel crucial en la unificación del género, tanto en estilo como en temática, al crear un intercambio entre artistas gitanos y no gitanos, enriqueciendo el repertorio.
El flamenco no estuvo exento de controversias. En la Generación del 98, intelectuales como Eugenio Noel criticaban su influencia sobre la sociedad, considerándolo un símbolo de atraso cultural, en contraste con el progreso de otras naciones europeas. A pesar de estas críticas, el flamenco siguió ganando adeptos y evolucionando.
Uno de los momentos clave en su desarrollo fue la época de la Ópera Flamenca, entre 1920 y 1955, donde se popularizó a nivel nacional e internacional, aunque a costa de una simplificación de algunos de sus estilos más profundos, como el cante jondo. Durante este periodo, artistas como Antonio Chacón y La Niña de los Peines alcanzaron gran reconocimiento, consolidando lo que se conoce como la Edad de Oro del flamenco.
En la década de 1950, la flamencología comenzó a tomar forma como disciplina académica. Anselmo González Climent fue uno de los pioneros al publicar su ensayo ‘Flamencología’ en 1955, que sentó las bases para el estudio científico del flamenco. Esta formalización académica impulsó la organización de eventos y estudios que ayudaron a rescatar el patrimonio flamenco más tradicional, en un esfuerzo por preservar su pureza y raíces.
Durante el franquismo, el flamenco fue utilizado como símbolo de identidad nacional, aunque también surgieron artistas que lo utilizaron como herramienta de protesta política. Nombres como José Menese emergieron con letras de contenido social, desafiando al régimen a través de su arte.
La década de 1970 trajo una revolución con la Fusión Flamenca. Artistas como Camarón de la Isla y Paco de Lucía renovaron el género al incorporar influencias de otros estilos musicales como el jazz, la música brasileña y el rock. Estos músicos, junto con otros como Juan Peña «El Lebrijano» y Enrique Morente, abrieron el camino a una nueva generación de artistas que fusionaron el flamenco con otros géneros, sin perder de vista la esencia del cante y el toque tradicionales.
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