Aunque no seas muy consciente de ello o más bien de cómo se denomina esta costumbre, seguramente hayas practicado, practiques o al menos has sido testigo del «beachspreading«. Un término que se refiere a la costumbre eminentemente española y más concretamente de la costa andaluza y levantina, de trasladar parte de nuestra casa a la playa, esto es sillas, mesas, nevera, radio, bebida, comida en toda regla (no unas patatitas fritas), juguetes, bronceadores y hasta una enorme carpa y un altavoz.
El «beachspreading» exige unas reglas que hay que aplicar desde el primer día, explican desde Uppers, la primera de ellas es que hay que madrugar para montar el chiringuito y sobre todo para encontrar sitio, que incluso antes algunos reservaban, plantando una sombrilla. Sin embargo los ayuntamientos han tenido que poner freno a esta ‘reserva previa’ del sitio, implantando en 2015 una normativa que prohibía dejar enseres para reservar el espacio sin la presencia de sus propietarios.
Aunque eso si, por mucha comida que llevemos a la playa, la cultura del chiringuito sigue vigente aunque sea para tomar el café, lo explica el gerente de la Asociación de Chiringuitos Costa Tropical, Germán Cantal, en el mismo medio: «El chiringuito es un elemento tan importante en el paisaje playero como el propio mar o la arena. Es un turismo que admite, dentro de un decoro básico que se sobreentiende, un desenfado mayor. El chiringuito es cultura, convivencia, gastronomía… alegría con los cinco sentidos».
Pero el beachspreading se practica de forma diferente en el norte y en el sur, de donde más bien es exclusivo. Lo explica Mikel López Iturriaga, en el diario El País, hablando de sus primos de una y otra zona: «Nosotros, muy de Bilbao, hacemos gala de ascetismo playero y nos llevamos como mucho un bocata y un agua. Mis primos sevillanos casi fletan un camión cuando vamos con ellos a las playas de Cádiz: comida a tutiplén, bebida como para abrir nuestro propio chiringuito, nevera, cubo gigante con hielo…»
Y añade que un año incluso los de Sevilla, llevaron lo necesario para hacer mojitos nivel ‘coctelería premium’, aunque no llamaban la atención con respecto al resto de la gente, ya que incluso «había familias cerca que lo único que les faltaba para reproducir fielmente su casa sobre la arena eran los tabiques y la lavadora», cuenta.
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