Los egipcios durante el solsticio de invierno solían tener plantas dentro de sus casas, por dos razones, para honrar a Ra, dios del sol y porque el verde era un símbolo de esperanza y calidez durante los días fríos. Pero además, «los pueblos germanos y vikingos celebraban el solsticio de invierno alrededor de una conífera alegremente decorada que llamaba “Yggdrasil”«, explican desde rtve.es.
Los romanos adornaban las calles durante las Saturnales, «durante esta fiesta, decoraban las ramas de los árboles y se realizaban ofrendas a los dioses», explican desde La Razón y añaden que esta tradición se extendió a otras partes de Europa, donde se celebraba el solsticio de invierno con una fiesta similar llamada “Yule”, en la que también se decoraban las ramas de los árboles y se hacían ofrendas a los dioses.
Además, los celtas decoraban los robles con frutas y velas durante los solsticios de invierno, para ‘reanimar’ así el árbol y asegurar el regreso del sol y la vegetación, explican desde nationalgeographic.com.
Ante la imposibilidad de erradicar estas costumbres paganas, el cristianismo las adoptó y transformó. Concretamente Bonifacio de Maguncia, el santo que evangelizó a los pueblos germanos, inventó esta costumbre de poner el árbol. Y es que el santo vio que los bárbaros adoraban a un pino que pensaban que era la representación del dios Thor y fue entonces cuándo decidió talar el roble y sustituirlo por un pino que como es perenne «simbolizaba el amor eterno de Dios».