Nuestros estilos de vida definen la forma en la que evolucionamos y, aunque con el paso del tiempo avancemos a un ritmo frenético en muchos aspectos, otros tantos se ven perjudicados, y aquí nos referimos a temas de salud como es la miopía, la nueva pandemia invisible de la que no se está hablando lo suficiente.
Para abordar esta situación tenemos que echar la vista atrás (y nunca mejor dicho) al año 1928, cuando la revista Public Health Bulletin publicaba los resultados de una investigación en la que se demostraba que tan solo el 3,8% de los niños entre 6 y 14 años en Estados Unidos padecían miopía. Por otro lado, era el 21,6% los que sufrían hipermetropía.
Cincuenta años más tarde, en la década de los 70, la cifra de casos de miopía entre niños de 12 a 17 años pasó a ser del 25%, y ya al principio de este mismo siglo, del siglo XXI, llegó a aumentar hasta el 34%.
En España, un estudio realizado por la Asociación de Miopía Magna con Retinopatías, AMIRES, demuestra que la tasa de niños con miopía entre segundo y sexto de primaria es abismal. De este estudio extraemos que la prevalencia de miopía en estas edades se triplica, y es mayor en grupos socieconómicos más vulnerables. De hecho, el 41,3% de los niños y niñas que tienen miopía en 6º de primaria no lleva gafas.
Si ampliamos el rango de edad y ascendemos a edades comprendidas entre los 18 y los 34, la cifra aumenta más aún, llegando hasta el 55%. Por eso destacamos la importancia de acudir a revisiones ópticas desde bien pequeños, para que este problema se solucione o sea menor cuando lo más pequeños se vayan haciendo mayores.
La relación de la miopía con la genética es más que evidente, pero fijar la vista muchas horas en pantallas de ordenadores, móviles o tabletas aumenta el riesgo de sufrirla un 30% en personas de 3 meses a 33 años de edad, y si el uso es excesivo, hasta un 80%. Cabe recordar que la radiación tiene la culpa, pero también la distancia a la que usamos los dispositivos, por lo que es recomendable estar más alejados de ellas.
Aunque no suele ser un defecto patológico en la mayoría de casos, cuando esto progresa excesivamente, puede acabar en desprendimientos de retina, maculopatías miópicas, alteraciones del nervio óptico o glaucoma, enfermedades que aparecen de cara a la edad adulta y que, en casos muy graves, pueden desembocar en ceguera.
Para evitar esto, es recomendable acudir ocasionalmente a revisión con profesionales, especialmente en la edad infantil, para poder tratarla lo antes posible y con tratamientos adecuados y diferentes para cada caso.
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