El comienzo de la escuela infantil se presenta como el primer desafío para sus sistemas inmunológicos, ya que, en la mayoría de los casos, conlleva un aumento en las infecciones. Se estima que la mayoría de los bebés que inician la guardería experimentan entre ocho y doce episodios de resfriados al año, superando en algunos casos a aquellos que permanecen en casa.
Debido a la dinámica propia de las guarderías, donde se comparte espacio, juegos y objetos, la incidencia de infecciones virales es elevada. Aunque se implementen medidas de higiene adecuadas, resulta sumamente difícil prevenir la propagación cuando hay un niño enfermo. Esto se debe a que las infecciones recurrentes afectan a los sistemas respiratorio y gastrointestinal.
En la época invernal, las habitaciones cerradas, a menudo con temperaturas excesivamente elevadas y frecuentadas por un gran número de niños, crean un entorno propicio para la diseminación de virus. Nos referimos principalmente a infecciones de las vías respiratorias altas, conjuntivitis, gastroenteritis, bronquitis, faringitis u otitis, algunas de las cuales no requieren antibióticos. Por lo general, estas afecciones no son graves y tienden a tener una duración limitada.
Iniciar la etapa en la guardería implica introducirse en un entorno activo de bacterias y virus. ¿Deberíamos preocuparnos por ello? No hay razón para hacerlo, ya que estas infecciones generalmente no presentan gravedad ni afectan de manera prolongada el desarrollo del niño. Además, estas experiencias infecciosas también contribuyen al desarrollo de la inmunidad del niño.
Los virus se propagan con facilidad de un niño a otro. En el caso de las infecciones respiratorias, la vía de transmisión principal es a través del aire, inhalando diminutas gotas en suspensión que son imperceptibles y se liberan al toser o estornudar. Además, es común la propagación mediante las manos o objetos que han estado en contacto con el virus.
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