Seguramente alguna vez te hayas preguntado por qué ocurren estas cosas, que acaban afectándonos a todos, en mayor o menor medida. Esto se debe a que cuando el frío aumenta, también lo hace la sensibilidad de las fibras nerviosas que transmiten el dolor y, así, se producen cambios en las articulaciones y músculos. Tanto la temperatura como la humedad o la presión atmosférica son factores que influyen en el dolor de espalda, tanto que cuando llega el invierno aumentan los ingresos médicos por dolor de hernia discal.
La columna vertebral está formada por artuculaciones envueltas por una cápsula, que en su interior contiene un lubricante llamado líquido sinovial que ayuda al movimiento y evita la fricción entre las distintas articulaciones. El frío provoca que este líquido sea más viscoso y, por ello, aumenta la fricción entre los huesos, produciendo ese dolor tan molesto. Pero no es solo cosa de los huesos, sino que los músculos también aparecen en la ecuación. Nuestro curpo hace que aumente el tono muscular para no perder la temperatura corporal, lo que a su vez provoca un exceso de tensión y por eso nuestra espalda se resiente y aparece el dolor.
El descenso de los niveles de vitamina D provocan el aumento de esta dolencia, por lo que, aunque sea invierno, hay que tratar de aprovechar cada rayo de sol para mantener un correcto nivel de vitamina D, que nos ayudará a sentirnos mejor en general.
Además, y por si no lo conocías, sirve de gran ayuda seguir la teoría de las tres capas. Esto se refiere a usar una capa para alejar la humedad del cuerpo y expulsarla, otra que aporte calor y otra transpirable e impermeable.