Juventud, divino tesoro. Según nos hacemos mayores nos vamos dando cuenta del valor de esta expresión que tanto hemos escuchado. Aunque ser joven muchas veces es una cuestión de actitud, no podemos negar que con el paso del tiempo vamos siendo conscientes de que hemos atravesado la vida adulta y nos hemos adentrado de lleno en la vejez.
Tal y como apuntó la psicóloga María Luisa Lozano a RAC1, palabras que al mismo tiempo ha recogido La Vanguardia, «no hay una crisis como la de los 40 en la que ves que ‘dejas de ser jovencito’«. Según esta, «una persona se da cuenta de que se va haciendo vieja progresivamente, es algo que viene paulatinamente y en una mente sana se toma como algo normal de la edad«.
Esto depende de quién haga la lectura y en qué situación. Por ejemplo, para la Organización Mundial de la Salud (OMS) a partir de los 60 años y hasta los 74 estamos hablando de una persona de edad avanzada, no siendo hasta los 75 cuando se comienza a hablar de vejez como tal. A partir de los 90 ya se habla de una vejez avanzada.
Muchos interpretan la jubilación como un indicador de la proximidad de la vejez. Otros relacionan esta con la decrepitud. No obstante, cabe destacar que la vejez muchas veces depende de la situación de cada persona. Las hay que, por circunstancias de la vida, a sus 55 años se sienten unos ancianos, mientras que otras con 75 tienen grandes capacidades físicas y muy buena salud.
En el mismo artículo la profesora de psicología Montse Celdrán asegura que «existe la idea extendida de que ser mayor es sinónimo de dependencia, de ser un estorbo o no ser útil«. Cuando alguien ve limitadas sus capacidades físicas por cuestiones de la edad tiende a ser considerada una persona mayor.
Lozano señala que «la vejez no deja de ser el reflejo de cómo has vivido«. Llegada a esta etapa de la vida podemos encontrarnos con dos situaciones: estar satisfechos con la vida que hemos tenido y todo lo que hemos aprendido o sentir que no hemos aprovechado el tiempo como nos gustaría.
Según Celdrán, las personas que están satisfechas con la vida que han vivido se sienten mejor y no temen tanto a la muerte. El caso contrario es más complicado, pues puede llevar a esas personas a lamentar haber desaprovechado su vida y tratar de recuperar el tiempo perdido. En este punto puede entrar en juego la depresión.
Todos deberíamos llegar a esta etapa de la vida, en nuestra mano está que sea satisfechos de nuestros actos o arrepintiéndonos de las decisiones que no tomamos en su momento.
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