Es innegable que todos necesitamos determinados objetos materiales para vivir, pero aprender a separar aquellos bienes que necesitamos de los que deseamos y comprender que ser feliz está en las experiencias cotidianas es esencial para
nuestro equilibrio psicológico.
¿Alguna vez has sentido paz, calma y tranquilidad al llegar a casa? ¿Y sensación de agobio cuando está el salón patas arriba? El entorno en el que vivimos no es sólo reflejo de nuestra personalidad, sino que también tiene una gran influencia en nuestro bienestar psicológico y puede afectar directamente a nuestro comportamiento y estado de ánimo.
De hecho, según un estudio de la Universidad de Bath, el espacio al que llamamos hogar tiene grandes repercusiones en nuestra forma de percibir e interactuar con el mundo.
De la misma manera en la que los espacios abiertos, despejados y con luz natural reducen el estrés y nos transmiten calma, los entornos cerrados, oscuros y abarrotados pueden predisponernos a sufrir ansiedad y malestar emocional.
Esta relación entre el entorno y nuestro bienestar es recíproca: de la misma forma en la que dejamos nuestra impronta en los espacios que habitamos, ellos mismos influyen en nuestra forma de vivir. El ejemplo más reciente lo encontramos en la pandemia, que fue, sin duda, un reto para la sociedad. Nuestras casas se convirtieron en el centro neurálgico del hacer diario y los momentos de felicidad, estrés y ansiedad se desarrollaron entre las mismas cuatro paredes, difuminando las fronteras entre la vida personal, académica y profesional.
Pero no sólo el entorno afecta a nuestro bienestar psicológico. Nuestras posesiones también juegan un rol fundamental en la construcción de nuestra identidad, a veces sin darnos cuenta. La ropa que vestimos y otros objetos personales, como los libros o las plantas que tenemos en casa, reflejan nuestra personalidad y desvelan nuestros gustos y preferencias.
También repercuten en nuestro bienestar, transmitiendo sensaciones de confort y felicidad plena que muchas veces ofrecen alivio ante el malestar generado por un ritmo de vida frenético. En ese momento, cuando las posesiones pasan a ser una extensión de nosotros mismos y los bienes materiales no sólo llenan los espacios, sino que también cubren nuestras necesidades emocionales, nos enfrentamos al conflicto entre felicidad y materialismo.
Desde siempre, el ser humano ha buscado el confort y la satisfacción que generan los bienes materiales, creados, en esencia, para hacernos la vida más fácil y llevadera. Esa búsqueda de felicidad a través de las posesiones es uno de los principales problemas que acecha a la sociedad del siglo XXI y, especialmente a los jóvenes, que viven en un mundo caracterizado por la sobreexposición, los cánones sociales y la necesidad de mostrarse de determinada manera en redes sociales.
Este contexto, sumado al desarrollo de un mundo cada vez más global en el que la publicidad ya no vende productos, sino estilos de vida, hace que terminemos confundiendo la felicidad con el materialismo.
Según una encuesta realizada en España, ir de compras es la actividad que más feliz hace al 58% de las personas. Este sentimiento puede tener su origen en una respuesta neurofisiológica, en tanto que sentimos placer y satisfacción por la adquisición de un nuevo objeto, pues cumplimos con una necesidad que teníamos. Esta sensación es una respuesta natural, pero también adictiva y, sobre todo, efímera, que puede ser contraproducente si se utiliza para llenar un vacío, disimular una baja autoestima o esconder carencias emocionales.
La realidad es que la alegría y el bienestar proveniente del consumo de bienes materiales son tan sólo un espejismo. Una vez incorporamos esos objetos a nuestra vida y pierden el efecto de novedad, la felicidad va desapareciendo y volvemos al punto de partida, en el que necesitamos hacer una nueva compra para volver a experimentar esa sensación. Lo que nos aporta esa felicidad, entonces, no es tanto el bien material, sino la experiencia de adquirir ese artículo. Con el objetivo de frenar este círculo vicioso, es recomendable preguntarte: ¿esto me hace feliz, o me han dicho que me hará feliz?
La tendencia al consumismo se ve agravada por la situación social y el estado de la economía. Mientras que vivir en una sociedad con un sistema económico estable influye positivamente en nuestro bienestar, las crisis económicas o una elevada inflación pueden afectar a nuestro equilibrio psicológico no sólo porque no podemos acceder a todos los bienes y servicios a los que estamos acostumbrados, sino porque implica un cambio en nuestra forma de experimentar e interactuar con el mundo.
Esta pérdida de poder adquisitivo implica un cambio de hábitos no sólo de consumo, sino también cotidianos, lo que genera inseguridad y temor al ver peligrar nuestra rutina diaria. Encontrarnos en una situación en la que tengamos que reducir la cesta de la compra, hacer horas extra en el trabajo, limitar el tiempo de ocio o reducir las experiencias que nos provocaban bienestar afecta directamente a nuestro bienestar psicológico, favoreciendo el desarrollo de estrés, ansiedad e, incluso, depresión, y generando sensaciones de insatisfacción e irritabilidad ante un futuro incierto. Sin embargo, las crisis también son una buena oportunidad para revisar nuestros hábitos de vida, deshacernos de todo aquello que no
necesitamos, desprendernos de la mentalidad consumista y aprender a valorar más las relaciones humanas y los pequeños detalles.
Es innegable que todos necesitamos determinados objetos materiales para vivir, y que no tener acceso a estos bienes puede tener un impacto negativo en nuestro bienestar físico y psicológico: una casa donde resguardarnos, ropa para vestirnos, comida para alimentarnos y otros productos añadidos que pueden ayudarnos a tener una vida cómoda. Sin embargo, es importante aprender a separar aquellos bienes que necesitamos de los que deseamos. Mientras que la carencia de los primeros puede afectar a nuestro bienestar, no tener todos los bienes que deseamos puede incluso llegar a ser beneficioso para nuestro equilibrio psicológico.
Vivir con menos posesiones tiene múltiples beneficios. Además de contribuir a centrarnos en las cosas realmente importantes, aligerando nuestro día a día, también nos ayuda a desprendernos de la mentalidad materialista y la presión social que nos lleva a comprar algo que no refleja nuestra identidad.
Puede que no necesites el último modelo de teléfono móvil -aunque el objeto en sí nos resulte útil para comunicarnos o trabajar-, como tampoco es de primera necesidad comprar ese conjunto de tu tienda de ropa favorita porque se ha vuelto viral en redes sociales. Cuando llegas a esta conclusión, no sólo sales del círculo vicioso de la publicidad y el consumismo, sino que vuelves a tener el control de ti mismo en una sociedad guiada por la imagen.
Esta filosofía, que defiende que la felicidad no se encuentra en las cosas materiales, sino que se trata de un estado interior que cobra vida en las experiencias cotidianas que vivimos con las personas que más queremos, está cada vez más extendida en la sociedad. En este sentido, Isabel Aranda, psicóloga sanitaria y Chief Content Officer de TherapyChat, ofrece algunas pautas para aprender (y conseguir) ser felices con menos:
1. Pregúntate si en realidad necesitas las cosas que echas de menos: confundir necesidad con deseo es un sentimiento bastante común, y en ocasiones nos sentimos infelices por no poder adquirir ciertos objetos que, a nuestro entender, necesitamos. Aprender a diferenciar las cosas que necesitamos de las que deseamos puede ayudarnos a poner el foco en lo verdaderamente importante y ahorrarnos un enorme malestar psicológico.
2. Recuerda que las posesiones no te definen como persona: es fundamental recordar que tus posesiones no reflejan tu valía, ni tampoco definen quién eres; simplemente tienen una utilidad en tu vida. Son un medio, no un fin.
3. Disfruta de los pequeños detalles de la vida: aunque solemos relacionar la felicidad con grandes logros, aspiraciones o sueños, los momentos más alegres ocurren cuando menos lo esperas. Una comida en familia, esa noche de manta y película, una tarde con tus amigos… A menudo, la felicidad está más vinculada a experiencias más simples y cotidianas con nuestros seres queridos que a bienes materiales.
4. Céntrate en las cosas que sí tienes: en lugar de enfocarte en todo lo que te falta, toma consciencia de lo que tienes, valóralo y agradece el mero hecho de tenerlo en tu vida. De esta forma, serás más consciente de lo afortunado que eres y te ayudará a sentir una felicidad más plena.
5. Abraza nuevos hábitos que mantengan tu nivel de bienestar: en tiempos de crisis, a veces nos vemos obligados a prescindir de ciertas actividades que nos aportaban placer y felicidad, como ir a clases de yoga o salir a cenar a un restaurante. Sin embargo, existen alternativas que pueden ofrecernos la misma plenitud de forma diferente. La clave, según los expertos de TherapyChat, es reestructurar tus hábitos para abrazar esas nuevas costumbres que te permitirán seguir disfrutando de la vida y ser feliz.
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