Hablamos de Salud Mental. El relato de @Energía Nucelar comienza así «El 7 de octubre de 2021 salí de trabajar, fui a ver a mi madre, tomé unas cañas con amigas y hasta nos hicimos fotos. Después, conduje hasta casa donde me acurruqué en el sofá a charlar con mi novio y fui a dormir sin saber que sería el último día de mi vida tal como la conocía»
Precisamente ayer, el programa Salvados puso el foco en la salud mental uno de los problemas más importantes entre los jóvenes españoles.
La mitad de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años afirma haber sufrido un problema de salud mental. La llamada ‘generación de cristal’, sin embargo, ha roto con el tabú de hablar de la salud mental.
@Energía Nucelar también lo hace y con un relato que explica detalladamente cómo fue su primera crisis, la que permitió que descubriera que sufría un grave problema de salud mental y como gracias a la terapia ha logrado lidiar con sus emociones y saber gestionarlas.
@Energía Nucelar forma parte de la llamada Generación de Cristal, término con el que se define a jóvenes frágiles en salud mental pero que han decidido hablar de ello de forma transparente.
Esta es su historia que se ha viralizado en Twitter:
«El 7 de octubre de 2021 salí de trabajar, fui a ver a mi madre, tomé unas cañas con amigas y hasta nos hicimos fotos. Después, conduje hasta casa donde me acurruqué en el sofá a charlar con mi novio y fui a dormir sin saber que sería el último día de mi vida tal como la conocía»
A mitad de la noche comencé a gritar «¡ME DUELE!,¡ME DUELE!» y perdí el conocimiento mientras convulsionaba. Mi pareja, tras ver que no reaccionaba, llamó a emergencias. Yo seguía inconsciente y convulsionando de forma intermitente.
Como vivimos en un pueblo, no había ambulancia disponible y los de emergencias estuvieron llamando a mi novio para hacer seguimiento de mi estado. Al no cesar las convulsiones le dijeron que me llevara a urgencias.
Este episodio duró una media hora. Empecé a despertar, aunque no del todo. Solo recuerdo la voz de mi novio llamándome y sentir cómo mis piernas temblaban sin control.
Llegamos al centro de salud. Apenas recuerdo ver al médico y el momento del electro. No podía abrir los ojos y tenía dificultad para hablar y escuchar. Me mandaron a casa con un puñado de diazepam y listo.
Al día siguiente yo no estaba bien, me encontraba extremadamente agotada, asustada y me dolía al respirar. Fuimos al hospital, contamos lo sucedido y, tras unas horas en observación y chutándome cosas, decidieron ingresarme.
Todo apuntaba a algo neurológico, así que me hicieron un TAC para descartar algo chungo. Salió bien, cosa que alivió mucho nuestras preocupaciones.
Seguí varios días ingresada porque no sabían lo que ocurría. Parecía ser epilepsia, así que procedieron a hacerme un electroencefalograma. También salió bien
La neuróloga que me atendió, que era un encanto, me hizo muchas preguntas y, finalmente, decidió que me viera un especialista de #SaludMental.
Y dio con la tecla. Cuando vino el psiquiatra, un ángel, y empezó a hablar conmigo exploté como un volcán. Hablamos sobre mi pasado y presente y terminé la consulta rota, empapada en sudor y temblando. ¿Qué coño me estaba pasando?
Padezco ansiedad desde que tengo uso de razón. De niña simplemente pensaba que esos ataques, donde el corazón saltaba y los pulmones se encogían, me sucedían porque era débil y tonta. Lo mantenía en secreto y nadie de mi entorno se dio cuenta nunca.
Ya pasada la adolescencia, tuve ataques más serios y fui al médico de cabecera, que se limitó a recetarme un tratamiento que me convirtió en zombie y decidí abandonar. Nunca busqué ayuda psicológica y continuaba creyendo que eso me pasaba por ser muy sensible, por ser una floja.
Pasaron los años y yo «controlaba» mi ansiedad a mi manera: evitando ciertas situaciones y cargando con más culpa. Sustituyendo al psicólogo por hacer deporte o evadiendo los sentimientos con drogas que me hicieran sentir mejor.
Así continuaba mi vida, sin saber que estaba cargando con explosivos mi propia caja de pandora. El detonante de todo: un trabajo nuevo muy estresante donde la frustración era constante, pero yo seguía creyendo que podía sola con todo.
Pero mi cuerpo no pudo. Y petó. Petó en forma de convulsiones que terminaron siendo diagnosticadas como un trastorno de ansiedad y depresión. «¿Cómo pudo ser, si yo estaba dormida?», recuerdo preguntarle al psiquiatra.
Él me dijo que era posible, que hay gente que la padece e incluso pierde la visión (o cosas peores). Una vez diagnosticada comencé el tratamiento y, joder, no es nada fácil. Dar con la medicación y dosis adecuada requiere de tiempo y paciencia. Yo estaba débil como para asumirlo.
Los dos primeros meses, donde en mis días predominaban los mareos, náuseas, llantos, tembleques y piernas inquietas no podía dejar de sentir culpa por tener esta enfermedad. No dejaba de machacarme por estar de baja, nunca antes lo había estado. Solo veía esto desde mi cama.
Sentía la palabra FRACASO quemando en mi frente. A esto hay que sumarle que mis noches ya nunca volvieron a ser tranquilas. Las pesadillas, espasmos y convulsiones llenaban las primeras horas, mientras el resto la pasaba desvelada, asustada y perpleja por lo que estaba viviendo.
Mis mañanas eran decadentes, cualquier situación conseguía vencerme. Dejé de socializar, dejé de amar, dejé de lado toda mi vida. Busqué una psicóloga que me ayudara, porque no me sostenía. Bendita la hora en que decidí acudir a ella. Bendita sea ella y la psicología.
Mis mañanas eran decadentes, cualquier situación conseguía vencerme. Dejé de socializar, dejé de amar, dejé de lado toda mi vida. Busqué una psicóloga que me ayudara, porque no me sostenía. Bendita la hora en que decidí acudir a ella. Bendita sea ella y la psicología.
Recuerdo que en noviembre me despidieron y me dio una crisis muy fuerte. Pero esta vez tenía medicación y herramientas suficientes para afrontarla como es debido. Nada de parches.
A día de hoy, sigo buscando la medicación y dosis adecuada, sigo con mis noches moviditas y sigo yendo a terapia. No he visto a mis amigas desde octubre. Y a mi familia solo en Navidad. No estoy preparada, pero lo estaré. Ahora soy otra, pero no peor que la que fui.
Doy gracias a la #sanidadpública y sus especialistas, a mi psicóloga, a mi familia y, sobre todo, a mi pareja, que soporta mis noches y consuela mis días.
Y sí, esta es otra historia sobre #SaludMental, otro caso más. Por desgracia la salud mental está muy estigmatizada en nuestra sociedad. Nos queda muchísimo por hacer todavía. Así que, por favor, #hablemosdesaludmental.»
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