Graduado como Doctor en Medicina en la Universidad Médica de la Habana en 2006 y como Especialista en Medicina Familiar en el 2009 con Título de Oro y Cum Laudem, Julio llegó a España en 2009. Ahora trabaja como Médico Adjunto de Urgencias del Hospital Vinalopó en Elche y en la Clínica Vistahermosa de Alicante.
Durante esta pandemia desde su perfil de Twitter ha tratado de concienciar a la sociedad de nuestra responsabilidad frente a la Covid-19, ha denunciado la situación límite de la Sanidad por falta de inversión pública y la nefasta gestión política y conoce de primera mano los devastadores efectos que ha causado el coronavirus en numerosas personas y familias.
El último hilo compartido por el médico, nos ha estremecido y queremos compartirlo contigo.
Os voy a contar una historia tan real que duele hasta nombrarla y tan deshumanizada como el día a día que nos ha tocado vivir.
Una historia que debería removernos un poco.
Justo antes de la pandemia, justo antes del caos nos avisan una tarde de domingo.
Varón inconsciente…— Julio Armas Castro (@julymed08) January 29, 2022
«Os voy a contar una historia tan real que duele hasta nombrarla y tan deshumanizada como el día a día que nos ha tocado vivir.
Y llegamos después de dar muchas vueltas a un sitio concurrido, a una pasarela llena de comercios y de bares. Nos avisa la policía local, eran las 08:30 de la mañana de un domingo, en pleno verano alicantino. En el fondo de aquel pasillo un hombre vagamente respiraba.
Ellos habían iniciado las maniobras de reanimación y casi al límite de sus fuerzas llegamos, nos pusimos a lo nuestro. No tenía más de 40 años, vestía ropa sucia y rota y llevaba consigo una bolsa con fotos. Toda su vida cabía en un latido y en una bolsa de un conocido súper
Estuvimos más de 40 minutos, lo intentamos de muchísimas formas y aquel latido se desvaneció. Una y otra vez repasamos todos los porqués para aquella situación en alguien tan joven y aparentemente sano. Un grupo de personas se habían detenido, cámara en mano, como un espectáculo.
Queríamos saber que había pasado, entre sus cosas había un mechero y una foto familiar: una mujer y sus hijas, de fondo un día soleado y sonrisas en sus labios. Un teléfono apagado y un carné de conducir, un billete de avión y una reserva de hotel.
La policía finalmente nos dio los datos, llevaba varios días vagando por las calles de la ciudad, pedía ayuda para encontrar a su familia y a veces gritaba y se enfadaba. Llevaba más de 4 días vagando sin comer, durmiendo en la calle y con toda su vida a cuestas.
Un ser humano vulnerable cargaba todo el lastre de una sociedad podrida que solo mira para el otro lado. Había sufrido un brote psicótico y apenas se acordaba de su nombre, vagaba sin rumbo, buscando alguien que se detuviera a preguntarle: ¿te puedo ayudar? ¿Necesitas algo?
Nos hemos convertido en una jungla social, vivimos en la eterna supremacía del yo y en el odio a lo ajeno, vivimos en la dictadura de la felicidad impuesta, aquella que nos impide ver más allá, ayudar más allá. Somos torpes para prestar ayuda y ágiles para juzgar.
Marcos murió porque nadie le ayudó, porque sufría de una enfermedad cardíaca y un brote psicótico le quitó, ante los ojos inertes de tantos y tantos desalmados, la dosis de humanidad que le podría haber salvado la vida.
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