@Amparito51043 nos ha regalado en Twitter una de esas historias con las que empatizas, de esas que pellizcan el corazón y que te nublan la vista mientras las lees. El protagonista, de 80 años, intenta ingresar dinero en el cajero y Amparo, que esperaba a su turno detrás de él, decidió ayudarle ante los apuros que el anciano estaba pasando.
El final, no te lo esperas. Es conmovedor. Por eso, te invitamos a que leas este maravilloso hilo que invita a la reflexión social.
El hilo no ha tardado en hacerse viral y que ha sido compartido por más de 60.000 usuarios: “Absolutamente inhumano” han llegado a decir en redes.
Un señor que, probablemente supere los 80 años, guarda cola en un cajero, me coloco detrás de él, y, cuando accede, saca un sobre que presupongo contiene dinero.
Le observo a una distancia prudencial y me percato de que es incapaz de llevar a cabo la operación.
— Amparo (@Amparito51043) January 26, 2022
«Un señor que, probablemente supere los 80 años, guarda cola en un cajero, me coloco detrás de él, y, cuando accede, saca un sobre que presupongo contiene dinero. Le observo a una distancia prudencial y me percato de que es incapaz de llevar a cabo la operación.
Toca varias veces la pantalla, y deduzco que no consigue lo que pretende. Se vuelve hacia la cola, ya se había incrementado. Me mira, yo estaba justo detrás, y con un solo gesto entiendo que me pide ayuda. Inmediatamente se la ofrezco y él señor asiente con un…tímido «por favor». Le ayudo de mil amores a realizar su gestión, pero indicándole donde tiene que ir pulsando… no quiero tocar ni un billete de los suyos, por respeto, y porque no quiero que se puedan crear confusiones con el dinero. Él quiere hacer un ingreso…y le indico cómo debe realizarlo. El señor, a su ritmo, consigue introducir la cantidad a ingresar y termina de hacer la gestión mientras yo le digo donde tiene que tocar para zanjarla. Termina, nos retiramos del cajero para que pase la siguiente persona, y me da las gracias…
Le digo que no se preocupe, que ha sido un placer, y antes de marcharme, introduce la mano en el bosillo de su chaqueta, saca la cartera y me ofrece un billete de diez euros. Yo no doy crédito, me asombro y le digo que de ningún modo, por favor. El pobre hombre me dice que… le gustaría agradecérmelo y que me tomara un desayuno a su salud. Le doy las gracias, pero que en ningún caso lo voy a aceptar. Lo guarda y me vuelve a agradecer, y yo a él. Nos despedimos, y me queda un sentimiento de pena por este señor y por todos los mayores que… se están viendo solos frente a este monstruo de la tecnología, que cada vez más nos está convirtiendo en seres sin alma ni compasión.
No cuesta nada atenderles, y facilitarles un poquito la vida… con todo lo ellos hicieron por nosotros. Deshumanizándonos»
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