La pareja formada por Ortega Cano y Ana María Aldón está siendo objeto en tertulias y programas de corazón hace semanas por los rumores sobre su separación. Una situación que ha llevado al torero a «estallar» en más de una ocasión con la prensa, algo por lo que también ha sido criticado.
Y es que el diestro no ha podido contenerse ante el tremendo acoso mediático al que está siendo sometido. Una situación ante la que Kiko Matamoros le ha mostrado su apoyo en Sálvame. «Ortega Cano es humano. Estamos hartos de ver a un Ortega Cano colaborador, amable… Aquí ha entrado gratis un montón de tiempo. En Viva la Vida exactamente igual«, dijo el colaborador.
Kiko además defendió la generosidad de Ortega Cano con la prensa: «Creo que ha sido un hombre generoso con los medios, con independencia de que alguna vez ha vendido sus cositas, como todos«.
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Pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la surrealista intervención de una vecina del apartamento que el matrimonio tiene en Costa Ballena, Cádiz, que entraba el jueves pasado en directo criticando a Ana María Aldón, a la que llamó «aprovechada», «cateta» o «bajuna», llegando a decir que si se llega a cruzar con ella incluso llegaría a las manos.
Una situación ante la que los colaboradores del programa no se quedaban callados y sobre la que también opinaba Matamoros que una vez más apoyaba al diestro diciendo: «Yo cada vez estoy más cerca del maestro, es que a mí también me parecen una vergüenza ciertas actitudes, lo siento mucho. Sé que nuestra obligación es hacernos eco de lo que la gente diga, pero las declaraciones que dio ayer esta señora me parecen una vergüenza, lo siento«.
El exconcursante de Supervivientes achaca los ataques de ira de Ortega a la presión de la prensa, tal y como explicaba: «lo que lleva sufriendo este señor… no es solo presión del reportero en la calle. Son muchos comentario… Le han creado un estado de ánimo que yo entiendo perfectísimamente«.
Y terminaba proponiendo que le dejaran respirar, ya que había demostrado un montón de veces que no quiere hablar. «Que pueda irse a tomar un carajillo sin que haya un tío que le esté metiendo el micro encima«, concluía.
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