El triángulo «amoroso» entre el ejercicio, el hambre y una dieta saludable puede ser complejo de llevar. A veces, los efectos del deporte pueden generar un aumento del apetito, o sin embargo, hacer que tengas menos hambre.
Seguro que hay veces que has vuelto de correr y sentías la necesidad de comerte toda la nevera. Quizá, en otras ocasiones te ha ocurrido exactamente lo contrario.
Es muy contradictorio, pero se supone que gastar energía te hace querer recuperarla en forma de alimento. La relación entre estos parámetros es compleja, y a veces funciona de una manera que no te esperas.
Un estudio del Grupo de Investigación del Laboratorio de Fisiología del Esfuerzo de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF) de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) ha despejado todo tipo de dudas.
«‘La obesidad es un problema de salud pública que se relaciona con numerosos factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares y comorbilidades. Varios estudios afirman que el ejercicio puede modular la ingesta de alimentos y contribuir a la regulación del apetito, la ingesta total de calorías y la composición de la dieta. Sin embargo, el tipo de ejercicio que podría inducir mayores cambios fisiológicos y de conductas, relacionados con el comportamiento alimentario y la ingesta de alimentos, sigue sin estar claro», explica Ana Belén Peinado del Departamento de Salud y Rendimiento Humano de INEF-UPM y una de las autoras de la investigación.
El estudio analizaba que tipo de ejercicio podría favorecer una mayor motivación relacionada con la alimentación en personas con sobrepeso y obesidad.
La doctora Amaro, directora de la Clínica Feel Good, explica que hacer deporte reduce el apetito en un 60% si se combina con una dieta saludable, pues «existen determinados ejercicios, en especial los relacionados con la actividad aeróbica, que actúan influyendo directamente en la hormona péptido YY, que es la responsable de la supresión del apetito».
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El estudio confirma que el ejercicio aeróbico es mejor para que se quite el hambre en comparación con el no aeróbico. «Uno de los resultados más interesantes que hemos obtenido es que se pone de manifiesto que las personas que inician un programa de ejercicio a largo plazo no aumentan su consumo de energía de manera compensatoria, siempre y cuando se incluyan consejos dietéticos. Por lo tanto, los entrenadores pueden contemplar cualquier de las tres opciones de entrenamiento sin miedo a que el programa de ejercicio físico impacte sobre la conducta alimentaria», confirma Pedro J. Benito, otro de los que participan en la investigación.
Este hecho elimina la creencia de que el ejercicio aumenta las ganas de comer, siempre y cuando se cumplan pautas de control alimenticio. Este hecho pone en valor el trabajo de muchos entrenadores, necesarios en muchas ocasiones para poder cumplir objetivos.
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