Precisamente durante la estación del año invernal, cuando el frío se convierte en el protagonista indiscutible del día a día, tiene especial incidencia en nuestra piel ya que las bajas temperaturas apagan la luz de nuestra piel.
La piel es un órgano metabólicamente activo. Lo más importante para su conservación es que se mantenga su elasticidad y para ello necesita el agua como componente primordial. Debido a diversos factores, como la falta de sustancias que retengan el agua, la sequedad excesiva del aire o el frio, puede verse aumentada la pérdida.
Hay una serie de rutinas que no debes dejar de practicar en ninguna época del año, pero sobre todo, deberás ser muy constante en invierno y en verano, donde la piel se nos reseca más por culpa del frío extremo y del calor del sol.
1. Limpieza: Usa bálsamos, leche desmaquillante, agua micelar y termina siempre con un buen tónico. Practica una buena limpieza de piel no solo antes de acostarte sino también al levantarte
2º Crema hidratante: adaptada a cada tipo de piel (normal, seca, grasa, mixta) y a cada época del año. Las cremas invernales tienen una base de hidratación distinta a las estivales.
3º Protección: hay cremas faciales que tienen ya un factor de protección solar adecuado. Si no es el caso de la tuya, cambia de crema o utiliza tras la hidratación crema que te proteja del sol
4ºCada noche: Sérum en crema, ampollas o espuma. Es necesario que tu piel se regenere mientras descansa
5ºExfoliación: Una vez a la semana, para retirar células muertas. Tu piel respirará.
Una piel bonita se consigue cuidándola por dentro tanto como por fuera.
La piel es muy sincera. El estrés, los nervios, la falta de tiempo para cuidarse, el paso de los años, la buena vida, la felicidad interior… todo importa. Los factores físicos y psicológicos que te definen se muestran en tu piel. Así que si quieres tenerla radiante, bonita y tersa, más vale que te lo tomes en serio. Por ejemplo, comiendo más frutos rojos. Te explicamos el motivo.
El mismo oxígeno que nos permite vivir también tiene su lado negativo. Cuando nuestras células lo utilizan para conseguir energía se liberan los llamados radicales libres. Estos también aparecen por la exposición a la luz solar o ante ciertos contaminantes ambientales.
¿Y qué hacen? Los radicales libres son átomos muy reactivos que atacan a la célula, la estropean, la degradan y la destruyen. En la piel esto significa que se produce un envejecimiento prematuro. Surgen más arrugas, se pierde tersura y brillo y aparecen manchas.
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Para protegerse de los radicales libres, nuestras células producen los llamados antioxidantes, moléculas que los inactivan para volverlos inofensivos. Dentro de nuestro cuerpo hay una batalla sin cuartel por la no oxidación. Una batalla que poco a poco vamos perdiendo con la edad, cuando las células resisten menos las agresiones.
¿Es posible mejorar nuestro nivel de antioxidantes? Sí, con la dieta.
Cuidar la alimentación es la base de una piel sana, fuerte y bonita. La piel agradece los nutrientes que tengan un elevado poder antioxidante. ¿Cuáles son? Principalmente, frutas y verduras.
Entre estas, hay un grupo que destaca entre los demás. Son las bayas o frutos rojos: fresas, arándanos, grosellas, moras, frambuesas, etc. Las frutas y verduras de intenso color rojo son ricas en nutrientes como el betacaroteno, el licopeno y las vitaminas C y E. Estos son especialmente efectivos como antioxidantes y, por lo tanto, deberían formar parte de tu dieta con frecuencia.
Si te fijas en las redes sociales de las modelos, en sus fotos de toque informal cada vez es más frecuente ver deliciosos desayunos de vibrante colorido, donde los frutos rojos cobran protagonismo. ¡Haz como ellas! Puedes comer bayas de muchas formas, así que no te aburrirán nunca: úsalas como aperitivo entre horas, en postres, con yogur, con queso, en batidos, en zumos e incluso en las ensaladas. La imaginación juega a tu favor.