Eso implica que a veces necesitemos desconectar con mayor frecuencia para poder bajar el ritmo o simplemente para descansar y estar en calma. Pese a que hay tendencia a que las personas tengan cada vez más dificultades para desconectar en sus vacaciones, solo unos pocos acaban consiguiendo este propósito. El hecho de madrugar para poner la sombrilla en primera línea, despertarse deprisa para ir a visitar algún rincón recóndito sin aglomeraciones o simplemente, los atascos nos influyen y condicionan en numerosas ocasiones creando un estado de nerviosismo continuo. No nos damos cuenta porque parece que hemos invisibilizado el estrés al vivir siempre con esa sensación frenética, pero realmente está ahí y cuesta deshacerse mucho de ella.
Las vacaciones, independientemente de si son largas o cortas, son el momento clave en el que nos permitimos salir de la rutina y adquirir otro tipo de hábitos. Esto ayuda a combatir el desbloqueo mental porque al hacer planes nuevos obligas al cerebro a pensar en otra cosa y a estar pendiente de otros estímulos.
Además, el estado de ánimo cambia y mejora considerablemente, ya que al estar relajados conseguimos disfrutar más de las cosas que tenemos alrededor. Por supuesto, el hecho de apagar el piloto automático que a veces llevamos también ayuda a que nuestra vuelta a la rutina sea más enérgica, puesto que la capacidad de concentración y creatividad aumentan exponencialmente.
Hay muchas personas que durante sus vacaciones aprovechan para recuperar las horas de sueño perdidas, algo que también reduce la irritabilidad. Por si todo esto te supusiera poco, irse de vacaciones ayuda a aportar claridad a tu mente y a encontrar la solución a ese problema que tantos dolores de cabeza te está generando.
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