Restregarse medio limón con azúcar por la cara o arena de playa por las piernas era el único exfoliante que necesitaban nuestras abuelas para dejar la piel tersa. Desde luego, eran soluciones ecofriendly a más no poder.
¿Sabías que el agua fría obra milagros en tu piel? No solo te despierta y desinflama, sino que también mejora la circulación sanguínea y cierra los poros. De hecho, los cosméticos te quedarán mucho mejor.
Algo tan simple como pintarte las mejillas con el lipstick y difuminar las líneas trazadas con él a conciencia puede conseguir un rubor muy natural y favorecedor. Para saber qué tono te irá mejor solo tienes que pellizcar la cara interior de tu muñeca: el color resultante será el ideal para tu piel.
No, no se trata de preparar una deliciosa receta encima de tu cabeza: nuestras abuelas utilizaban cada uno de estos productos para cuidar su melena.
Añade unas gotas de agua al bicarbonato para convertirlo en una pasta y cepíllate los dientes con ella. Sin embargo, utiliza este viejo truco de belleza solo de vez en cuando, ya que puede dañar el esmalte dental.
Nuestras abuelas son verdaderas expertas en el arte de aprovecharlo todo. Así, su secreto para que los esmaltes de uñas no se sequen consistía en meterlos en la nevera. Si ya se secaron, también puedes resucitarlos añadiéndoles unas gotitas de acetona o quitaesmalte.
Tritura dos pastillas de aspirina y mézclalas con tu champú habitual. Con este simple gesto limpiarás profundamente tu pelo. Además, lograrás desinflamar tu cuero cabelludo y reactivar la circulación sanguínea.
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