Nuestro protagonista era ya de joven muy aficionado a los estudios, aunque en el contexto de la época tuvo que abandonar la universidad para incorporarse al ejercito Australia. Era la II Guerra Mundial.
A su regreso, la situación no fue fácil y tuvo que ponerse al frente del negocio familiar. Así el tiempo, fue aparcando sus estudios y se dedicó a sacar adelante a su familia.
Sin embargo, y con el tiempo, aquella semilla que un día fue plantada en la aulas creció y el hombre decidió retomar su carrera universitaria con ahínco.
Y así fue como obtuvo su ansiado título universitario, con birrete y a sus 97 años de edad. Porque como decíamos al principio, nunca es tarde para ponerte manos a la obra y cumplir con todos tus propósitos.
Y desde luego, la edad no debería ser un inconveniente. Si este hombre pudo, tras toda una vida, dedicar tiempo y esfuerzo, nosotros también podemos conseguirlo.
Cumplir con los propósitos vitales es una forma muy importante de estar satisfechos con nosotros mismos. Nuestra autoestima y nuestra autoimagen mejoran cuando nos enfrentamos a los retos concluyéndolos en logros.
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