La máxima de que la realidad supera muchas veces a la ficción se queda corta en esta ocasión. Raquel del Rosario ha compartido en redes sociales una historia que pone el vello de punta y que encogería el corazón a cualquiera.
Sucedió el pasado mes de agosto, pero la intérprete de Esa soy yo la ha mantenido en secreto hasta ahora que ha decidido contar cómo sucedió todo y ha mostrado una foto de la espalda de su pequeño y las cicatrices que el terrible suceso ha dejado en su espalda.
Esta fue la secuencia de los hechos que en primera persona ha relatado a sus seguidores la vocalista de El Sueño de Morfeo
«Siempre he dicho en tono de broma que algún día, los ángeles de la guarda de mis hijos dimitirían por estrés.
De camino al hospital con Mael herido en brazos me preguntaba si realmente el suyo lo había abandonado aquella mañana del 26 de agosto.
“Unos milímetros más y no lo hubiese logrado”, fueron las palabras del doctor. Supe entonces que su ángel no se había ido, estuvo ahí, sosteniendo esos milímetros que separaban la vida de la muerte.
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“Mami, voy al árbol a buscar fruta”, me dijo en el jardín.
El grito que escuché segundos después aún sigue resonando en mi cabeza, al igual que la imagen que vi al girarme.
Un puma se había avalanzado sobre el y lo hería ferozmente con sus zarpas.
Inmediatamente dejé de percibir el mundo, aún hoy no logro entender como atravesé el jardín en milésimas de segundo o de dónde provenía la fuerza que me hizo golpear repetidamente al animal con mis puños hasta quitárselo de encima.
Pedro apareció en ese momento, al igual que un segundo puma, logramos entrar en casa sin más incidentes, alertamos a los vecinos y salimos al hospital.
Mi corazón se rompió por completo cuando le vi salir de la cirugía. Toda la fuerza que aquella mañana me había invadido se esfumó dejándome completamente indefensa ante un dolor que desconocía por completo. Me invadió el miedo.
Si alguien me hubiese dicho en ese momento viendo su estado, que tres días después saldría corriendo del hospital jamás lo hubiese creído.
“Mami, ya no voy a volver a por la fruta para que no se enfade el tigre”, me dijo después de dejarle un recipiente con agua en la puerta a modo de disculpa. Sin palabras.
Estas semanas hemos ido transitando ese dolor, sintiéndolo y aceptándolo, sin huir de el. Refugiándonos una vez más en la naturaleza, impredecible como un animal salvaje o la erupción de un volcán, pero sanadora y mágica a la vez.
La vida nos habla a través de acontecimientos que muchas veces escapan a nuestra comprensión, que nos invitan a soltar el control, nos sitúan en el ahora y nos recuerdan que nuestros hijos son un precioso préstamo de la vida, que su alma tiene su propio plan ante el que solo podemos otorgar amor y dedicación.
Cuando regresamos a casa del hospital, el vecindario estaba lleno de camiones de prensa que cubrían la noticia. Me acurruqué en el asiento del coche mientras contemplaba la escena por la ventanilla y sentí estar viviendo una auténtica película.
Los vecinos nos habían hecho llegar cartas, regalos, comida y demás detalles a casa.
Las autoridades encargadas de controlar y proteger la vida salvaje estuvieron pendientes de nosotros en todo momentos y días más tarde vinieron a visitarnos a casa. Mael estaba fascinado y no paraba de contar y escenificar como había ocurrido todo. Es admirable como lo ha llevado y lo rápido que han ido sanando sus heridas.
El día del incidente, pasé por casa para organizarme con Leo y preparar algunas cosas para el hospital. En ese momento llegaron las autoridades para recoger muestras de adn y hacerme unas preguntas. Mientras revisaban los alrededores, descubrieron que el puma seguía agazapado en mi jardín a pesar de que habían pasado varias horas. Siguiendo el protocolo que dicta la ley de California, se vieron obligados a sacrificarlo.
Nos hubiese gustado y me consta que a ellos también, que el desenlace con respecto al animal hubiese sido otro, pero esa decisión no nos correspondía a nosotros.
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Desde la ventana observé como el otro puma que resultó ser su hermano regresaba al jardín acompañado de su madre.
Ella se posicionó junto al cuerpo sin vida de su hijo e intercambiamos una mirada de dolor que jamas olvidaré (no se pueden imaginar los sueños que he tenido con ella).
Salí de casa con el corazón roto y un sinfín de sentimientos encontrados por todo lo sucedido, pero en aquel momento solo podía pensar en proteger a Leo y estar cerca de Mael, el eterno e irremediable amante de los animales.»
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