La primera de ellas tiene que ver con el agua, ya sea por exceso o por defecto. No siempre necesitan el mismo riego y aunque estén húmedas no significan que tengan el riego adecuado. Por ejemplo, cuando se utiliza un sustrato o una tierra con un drenaje demasiado rápido las raíces pueden no estar absorbiendo del todo bien el agua.
Para que el riego sea correcto debemos hacerlo de manera paulatina e ir observando cómo reacciona la planta, cuidando de que no quede encharcada. El exceso de agua es mucho peor que la falta de esta ya que puedes acabar asfixiándola.
Si no les cambiamos el contenedor a tiempo las raíces pueden llegar a estar tan saturadas que no puedan absorber el agua de riego y el abono que les ponemos. Cuando llegue el momento de trasplantarla, si ves que las raíces están muy compactadas, debes hacer una poda de raíces reduciendo el cepellón y saneando toda la base.
El exceso de sol es otra de las razones que pueden hacer amarillear las hojas de tus plantas de interior, el sol es muy beneficioso para las plantas pero no en exceso. Si crees que puede estar quemándose por el sol, trasládala a otro lugar de la casa con una luz media y mira cómo evoluciona.
Las plantas transpiran a través de sus hojas y en este proceso, las hojas se enfrían para prevenir el estrés causado por el calor. Cuánta más luz haya, más transpirará. Para que puedan hacerlo, necesitan tener agua suficiente para llevarla de las raíces a los tallos y también a las hojas; si les falta agua se acabarán quemando.
MÁS SOBRE: