Afectividad, una palabra que determina nuestras vidas. Así de sencillo. Desde que nacemos demandamos cuidados, protección, atención y cariño. Afecto. El niño que fuiste determina el adulto en el que te has convertido.
No todo el mundo logra crecer en esa burbuja a pesar de que en el Tratado Internacional de los derechos del niño el punto tres habla del irrevocable derecho a la protección del menor: La violencia, los malos tratos, la explotación, los abusos… Son muchos los peligros que amenazan a los niños durante los años más importantes de su vida. El derecho a la protección es esencial para que puedan crecer lejos de estas situaciones.
Por eso, cuando un niño no cuenta con el afecto, el cuidado y la protección durante su infancia, el adulto en el que se convierte está lleno de cicatrices que determinan ciertos trastornos afectivos, somáticos o conductuales.
Uno de ellos es el síndrome de carencia afectiva, la respuesta a una situación en la que el niño ha sufrido privación afectiva (atención, cuidados, muestras de cariño) y que afecta de forma negativa a la maduración de la personalidad del niño provocándole un estado psicológico caracterizado por miedo, abandono, inseguridad, etc. y puede provocar la búsqueda y reafirmación continua de afecto.
Otros síntomas en la edad adulta que pueden surgir como consecuencia de la falta de afecto durante la infancia son:
El dependiente no nace, se hace… La dependencia emocional puede ser resultado de carencia afectiva, inadaptación social, vivencias de rechazo en la familia e, incluso, de sobreprotección excesiva.
El grado de autoestima de un dependiente emocional es prácticamente nulo y por eso, son capaces de entregarse completamente a relaciones de pareja destructivas. Se convierten en adictos al afecto, por pequeño que sea, que les da la persona a la que «aman»
El amor se ha convertido en realidad en una necesidad. Tienen miedo a la soledad, les aterra… muchos la han sufrido de niños, esa carencia de afecto. Y, ahora, de adultos ninguno está preparado para afrontar una soledad «elegida», para comprobar que sí son capaces de disfrutar por ellos mismos y con ellos mismos.
Un estudio de la Universidad de Haifa trabajó con 231 personas de entre 22 y 32 años para determinar cómo había influido su infancia en sus relaciones de pareja. La conclusión fue que los huérfanos o los hijos con padres divorciados tenían más dificultades para mantener relaciones de pareja que aquellos con padres casados.
Otro estudio, realizado por el instituto de psiquiatría del King’s College London valoró a más de 23.000 personas con depresión. Ponderaron cuatro indicadores de maltrato concluyentes: rechazo de la interacción por parte de la madre, dura disciplina por parte de uno de los progenitores, maltrato físico o sexual o mal cuidado de los padres.
Por último, un hecho traumático vivido de niño puede convertirte en un adulto obeso o con trastornos alimenticios. Un estudio de 2009 realizado entre 15.000 adolescentes, determinó que aquellos que habían sufrido cualquier tipo de abuso presentaban un mayor más riesgo de tener conductas alimentarias perjudiciales para la salud.
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