La monologuista comienza con una sabia reflexión: «… yo jugaba a todo, menos a los que tenía que correr. Si se suda no es jugar, es hacer deporte. Cuando jugábamos al pañuelo, me tenían que poner un donut, si no, no jugaba», comentaba la atrevida.
Eva ha recordado el Juego del Bote: una especie de escondite pero con una botella. Si uno de los jugadores que estaba escondido era capaz de darle un patada sin que le pillaran, el juego comenzaba de nuevo y todos tenían que volver a esconderse. ¿Habéis jugado alguna vez?
«La primera vez que jugué me la estuve quedando hasta que salí de la universidad. No había manera de pillar a mis primos… Eran como Ernesto de Hannover, que en cuento me despistaba ya le estaba dando a la botella», decía muy divertida Eva.
En este repaso loco de los juegos de grupo que practicábamos de pequeños, ha salido, como no podía ser de otra manera, el Conejo de la Suerte en todas sus vertientes… «A mí siempre me tocaba darle un beso al que se le caían los mocos. Ahora se llamaría el murciélago de la suerte, porque ahí lo único que pillabas eran virus… Pocas pandemias hemos tenido!», afirmaba Eva y Qué.
Después, según cumplías años, pasábamos al Conejo de la Suerte 2.0: el famoso Beso, verdad o atrevimiento. «Pero ahí la única verdad era atreverte a darle un beso al de los mocos colgando, que a esas alturas tenía un bigote que ya quisiera Cantinflas», sentenciaba la atrevida.
Y siguiendo la evolución de los años, y ya entrados en la adolescencia, llegaba el Conejo de la Suerte Pro: el juego de la botella. «Y ahí, la que tenía bigote era yo», decía Eva. «Hombre, yo tenía una amiga que se echaba agua oxigenada en el bigote para que se le quedara rubio. Y parecía que le estabas dando un beso a Hulk Hogan».
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