Es la reacción que experimentamos cuando una pequeña decisión o un comportamiento insignificante acaban con una relación incipiente en la que aún revoloteban mariposas en el estómago.
El síndrome, acuñado en 2007, surge de forma imprevista y es capaz de alterar la percepción hacia nuestra pareja de manera inmediata: fulmina la relación.
Estamos convencidos de que has sentido esa sensación en alguna de tus relaciones, pero no le ponías nombre. Simplemente percibías que «la magia se había acabado«. Según los expertos, hay seis etapas en una relación amorosa:
El síndrome de repulsión súbita se produce tras la primera fase, el enamoramiento. Los niveles de dopamina descienden y ahora ya eres capaz de ver los defectos de tu pareja y, súbitamente, cualquier fallo que antes te hacía gracia, ahora te incomoda y llegas a no soportarlo.
Durante la primera etapa de una relación, la atracción, experimentamos una serie de cambios fisiológicos agradables en presencia de nuestra pareja: aumenta el ritmo cardíaco, se nos dilatan las pupilas, aumenta la sudoración.
Y aunque creas morir de amor, eso no es amor: simplemente es atracción física y sexual. De hecho, proyectamos sobre la persona que nos gusta todas aquellas buenas cualidades que nos gustan. La idealizamos.
A las semanas, ese sentimiento de atracción total va decayendo al igual que la idealización de la pareja. Se nos cae la venda y empezamos a ver sus defectos y carencias.
Y es ahí cuando se produce el síndrome de repulsión súbita. De hecho, es en ese momento, cuando se produce el mayor número de rupturas, pues cada miembro de la pareja deja de ocuparse preferentemente en el otro para poner atención en otros asuntos o en otras personas.
Si alguien se cruza en nuestro camino, podemos volver a sentir esa atracción perdida y el ciclo comienza de nuevo.
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