Para que un producto como el pan no pierda sus propiedades al ser congelado y descongelado hay que seguir una serie de pautas para que pueda conservar su calidad y quede crujiente, como recién hecho.
No hay nada peor que comer un pan gomoso, del que tienes que tirar para poder morderlo. Pues bien, el secreto no es cómo congelarlo y, por supuesto, no romper la cadena del frío, sino cómo descongelarlo de forma adecuada.
Nuestros compañeros de Maldita Ciencia han contactado con Albert Monferrer, tecnólogo alimentario, para que les de las directrices que hay que seguir para que este proceso sea correcto.
Y ciertamente, lo que este experto nos cuenta, nos da muchas pistas de cómo debemos proceder y por qué hay que hacerlo así. Una vez argumentado, encontramos toda la lógica.
¿Sabías qué…
El pan ya era elaborado por los egipcios desde el siglo XX a. de C. Lo descubrieron por casualidad. Siempre lo ingerían con harina sin fermentar hasta descubrieron que dejándolo reposar la masa quedaba más esponjosa y el resultado era más tierno.
Pues bien, la clave de que el pan mantenga su consistencia original es mantener la humedad en él y evitar que no se reseque.
«En la congelación va a haber un intento de igualar las humedades entre la miga (más húmeda) y la corteza, hecho que se acelera durante el proceso de descongelación», explica Monferrer a Maldita.es. y añade: «El agua va de las zonas más húmedas a las más secas. Es por esto por lo que se rehidrata la corteza que se había secado, se rehidrata el gluten, que es muy elástico, y el pan se vuelve gomoso en vez de crujiente».
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