Quieres adelgazar, de eso no hay duda. Eso sí, a Dios pones por testigo de que nunca volverás al gimnasio. Prefieres practicar el ayuno semanal, con todo lo que supone (privarte de tu tostada de jamón de las doce, por ejemplo), que calzarte las zapatillas. Si te has comprado ese atuendo deportivo de mil colores, es para presumir un poco en Instagram, no para sudar como un pollo en el horno.
Aunque parezca mentira, aún hay solución para ti. ¿Cómo puedes rentabilizar la pasta que te costaron esas mallas? Caminando. Como lo lees. En tan solo doce semanas conseguirás no solo amortizar esos billetes que desembolsaste, sino lucir unas piernas envidiables y decirle hasta luego a tu barriga. Será entonces cuando tus autofotos no tengan ni trampa ni cartón. ¡Andando!
No vale sumar cada viaje al supermercado con las veces que bajas a tirar la basura y la caminata que te pegas hasta la farmacia. Eso también cuenta, claro que sí, pero vamos a ponernos serios. Ya viviste de las rentas en aquella asignatura en la facultad, aprovechando trabajos anteriores y apuntes del empollón de tu clase. Ahora es momento de coger el toro por los cuernos. Antes de seguir estrictamente este plan de tres meses, debes asumir algunas técnicas.
Elige la distancia que te permita andar de manera más cómoda. Establece ese paso para emprender tu reto. Será tu principal aliado.
Eso se te da bien. Si no, que le pregunten a tus compañeros de zumba. Esta acción te dará fluidez. Aunque tampoco exageres, que no eres Carlos Baute.
Tu talón debe pisar el suelo y han de ser los dedos los que te impulsen. Parece una tontería, pero en los detalles reside lo importante.
Cuando te sientas frente al ordenador pareces un integrante del Circo del Sol. Esas posturas imposibles también están prohibidas en este caso. Coloca la barbilla de manera paralela al suelo, relaja tus hombros y mantén tu torso de forma erguida.
Flexiónalos hasta formar un ángulo de noventa grados y no cierres los puños. Simplemente, haz que tu pulgar acaricie el resto de los dedos.
Toma oxígeno profundamente. Supondrá un extra para tu organismo en tu reto.
Una vez interiorizados estos consejos, pasamos a las indicaciones concretas. La fórmula que debes seguir cada semana comenzará con un calentamiento y terminará con un enfriamiento. Para el primero, pasea con lentitud durante unos cinco minutos. Estira las piernas y las extremidades. Cuando finalices tu caminata, remata con el mismo proceso, estirando las pantorrillas. Sencillo, ¿no? No necesitas ni apuntarlo.
La frecuencia variará en estos tres meses. En las semanas iniciales puedes practicar esta rutina dos o tres veces por semana. Añade una vez más en las siguientes, y así sucesivamente hasta alcanzar las cuatro ocasiones semanales. Lo mismo con la intensidad: de suave a moderada, pasando por alta, antes de alcanzar la máxima potencia.
¿Y la caminata, qué? Te estarás preguntando. Pues bien, emplea tan solo diez minutos, entre el calentamiento y el enfriamiento, en las dos primeras semanas. Ve añadiendo cinco minutos cada quince días. Como ves, las instrucciones resultan más sencillas que las de la receta para elaborar un zumo de naranja.
Tan solo necesitas tres meses, lo que dura la primavera. Camina y llegarás a la operación bikini luciendo un cuerpo de infarto sin darte apenas cuenta. Este es un buen momento para ir a por tus zapatillas.
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