Seguro que en más de una ocasión has escuchado el clásico mantra Hay que practicar el desapego. Suena bien, incluso cómo un acto de responsabilidad individual y deber moral.
Sin embargo, ¿realmente es tan malo el apego? ¿debemos dejar de apegarnos a las cosas que queremos?
Mi nombre es Alejandro y soy psicoterapeuta. En este artículo me gustaría invitarte a reflexionar sobre ello.
La psicología es una ciencia joven, y cómo tal, hay muchos aspectos en los que aun tiene que desarrollarse. Por esta razón, no es de extrañar que surjan novedades y modas a las que nos aferramos con fuerza.
Considero que estas sirven para hacer crecer la profesión, aunque en muchos casos, sea a costa de tener que desandar sobre lo andado.
Una de estas modas que han surgido en los últimos años en el ámbito de la psicología clínica, es la práctica del desapego. Esta surge cómo una forma de dar una solución a los problemas de dependencia emocional.
La dependencia emocional no es un problema reciente, sin embargo, el cambio casi obligado en la forma de ver las relaciones, nos ha hecho plantearnos que practicas dentro de las mismas resultan más deseables que otras.
Por otro lado, los problemas relacionados con la dependencia, son uno de los casos que con más frecuencia nos encontramos los terapeutas en consulta. A estas alturas, ¿Quién no ha oído hablar sobre las “personas tóxicas”?.
En este artículo de miwebdesalud.com puedes encontrar un artículo extenso donde se habla de este tema.
El término desapego proviene de la religión budista, desde la cual se fomenta el distanciamiento emocional con las cosas materiales, pero también, con los afectos.
Esta desvinculación se ha relacionado con la independencia emocional y esta a su vez, con la felicidad.
Sin embargo, que algo sea “budista” no quiere decir que sea correcto. Nuestra sociedad actual castiga los síntomas de dependencia, mientras eleva la independencia.
Lo que quizás muchas personas desconocen, es que el apego es algo tan natural y humano como comer, dormir o tener una respuesta sexual.
De hecho, el apego también está relacionado con la supervivencia. Hemos evolucionado cómo especie y para el ser humano, sobrevivir no significa simplemente mantener sus constantes vitales, si no qué también, ser protegido.
Cómo fruto de dicha evolución, hemos aprendido que es mucho más probable subsistir en comunidad que cómo seres individuales, ergo, el apego nos salva.
¿Tendríamos que suprimir nuestro apetito? ¿Inhibir nuestra respuesta sexual? No, ¿verdad?
A mis pacientes suelo decirle lo mismo: lo importante no es dejar de apegarse, si no hacerlo bien.
Evidentemente, no le recomendaría a nadie apegarse de una persona que la maltrata. En este tipo de casos, sólo existe una solución: marcharse.
“Soltar” es una habilidad necesaria, lo es tanto como otra que quizás está cayendo en desuso: “reparar”. Un apego sano, es aquel que sabe cuando invertir en soltar y cuando en reparar, no uno que suelta o repara en piloto automático.
A menudo sucede, que llegan a mi consulta personas que han tenido relaciones donde se han visto dependientes. La conclusión que han sacado después de esto, es que lo que tienen que hacer es lo contrario, ser más independientes: no comprometerse demasiado, no compartir, étc.
Es importante comprender que el verdadero remedio para la dependencia emocional no es la independencia, si no la identidad.
Si quieres saber qué es esto y algunas otras reflexiones sobre este tema, te recomiendo ver este vídeo:
Apegarse es bueno y necesario. Una vida compartida seguramente nos haga sentir más satisfacción que absoluta independencia emocional.
Sin embargo, lo que debemos tener en cuenta siempre es cómo y para qué nos apegamos. En estas preguntas, se encuentran las respuestas para tener algo que se puede parecer a la felicidad, ya que está, no deja de ser una utopía.
Yo me apego, tú te apegas, nosotros nos apegamos…y menos mal.
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