Esta atrevida nos cuenta el odio que tenía todo su hotel hacia un cliente que pedía 40 veces las cosas. «Ninguno de los camareros quería atenderlo», mostraba esta oyente, que ya tenía claro lo que iba a hacer el día que se marchara.
Sabiendo que se cogería un taxi hasta la capital, le echaron unas gotas de laxante en su último poleo de la tarde. Nunca supieron cuánto efecto tuvo la dosis en el estómago del hombre; tampoco les hizo falta. Ellas y ellos se partieron de risa imaginando las veces que tuvo que parar el taxi por la indisposición del hombre.