Tras llamar de primeras a un centro de salud y ser despachado en cuestión de segundos, a nuestro compañero le tocaba lidiar con una mujer de lo más encantadora. Ella, que ni había elegido color del parqué ni había avisado de nada parecido, no podía hacer otra cosa que preguntar quién estaba al otro lado de la llamada.
Isidro Montalvo, que ya ni podía contener la risa, acaba reconociéndola la buena energía que transmitía y lo graciosa que era reaccionando a la llamada telefónica. Hasta el punto de volver a llamarla para pedir disculpas y preguntarle cómo esta llevando el desconfinamiento.