No hay que rebuscar mucho. Basta con acudir a cualquier cafetería para vivir en directo uno de los males del siglo XXI. Puedes hacer la prueba si quieres. Corre al bar ubicado al lado de casa, colócate en la puerta y desliza tu mirada de izquierda a derecha como si estuvieras contemplando un partido de tenis. En ese recorrido instantáneo hallarás al menos una pareja que no se está dirigiendo la palabra. Y la culpa no recae, como ocurría antaño, en una discusión reciente, sino en el móvil.
Se trata de un comportamiento tan habitual que incluso ya ha recibido bautismo. Prestar más atención al teléfono que a tu pareja se denomina phubbing. ¿De verdad nos parece más interesante lo que está comentando en Twitter un usuario al que ni conocemos que lo que tiene que decirnos nuestra media naranja? Pues, a juzgar por este hábito masivo, sí. Nuestros teléfonos serán inteligentes, pero nosotros somos un poco cafres, ¿no te parece?
A todos se nos han caído los dientes de leche y nos salió nuestro primer grano en la pubertad. Igual que fuimos incapaces de sortear estas vicisitudes, tampoco nos libraremos de ser ignorados por nuestro acompañante… ¡por culpa de un móvil! Y, además, caeremos en la trampa ejerciendo los dos papeles. Es decir, el lunes seremos víctimas, y el viernes, verdugos.
De hecho, el 40 % de la población siente que en muchas ocasiones tiene que competir con el dispositivo de su media naranja cuando realizan actividades juntos. Vamos que, en este caso, el tercero en discordia es un aparato que ni siente ni padece. ¡Y encima hacen manitas delante de tus narices!
Y lo peor es que la persona afectada, en muchas ocasiones, ni se inmuta. ¿Cuál es su reacción? Pues sacar su móvil después de comprobar que conversar con su supuesto receptor es como hablar con las paredes. Es entonces cuando adopta idéntica misión: zambullirse en la inmensidad de sus redes sociales y no salir de esa burbuja hasta que el camarero pregunta: «¿qué desean?». Efectivamente, una de las características del phubbing es que es contagioso.
¿Es posible evitar ese contagio? ¿Y no caer en la tentación? Pues no negaremos que resulta una tarea complicada, a juzgar por el enganche que hemos desarrollado los usuarios en los últimos tiempos a todo lo que tiene que ver con Internet. La mejor medicina es hacer la vista gorda a tus notificaciones y recordar lo excitante que era disfrutar de las conversaciones cara a cara.
De hecho, gozar con una buena conversación real funciona como el mejor antídoto a esta práctica tan descortés. Lo segundo es que, en lugar de optar por la imitación, reprende a esa persona cuando te lo haga. Si posee dos dedos de frente, lo entenderá, y esa falta de respeto quedará en nada. Si la ves reacia, mantenle la mirada. Acabará sintiéndose incómoda y claudicará. Después, te agradecerá esa desconexión.
Lo que resulta evidente es que debes ponerle freno a esta práctica tanto si eres tú el ejecutor como si lo sufres como damnificado. De lo contrario, lo único que conseguirás es perjudicar tu relación, que se irá deteriorando poco a poco. Y ya es triste que el motivo de una ruptura sea un móvil, ¿no? Así que ya lo sabes, mejor dar un abrazo que enviar un emoticono, por muy romántico que sea.
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