Todos los hijos mayores en vuestra familia os llamáis igual que vuestro tatarabuelo. Además, en el momento en el que te bautizaron, ese nombre era más popular que la permanente en los ochenta. Hoy, en pleno 2018, los más notorios son Lucas, Mateo y Hugo, para ellos. Para ellas destacan Amaia, Martina y Lucía. Este último no se va ni con agua caliente del podio. Lleva más de una década en lo más alto, como Rafa Nadal.
Mientras, el protagonismo del primero de los femeninos ha subido como la espuma después de que la ganadora de Operación Triunfo , Amaia, conquistara los corazones de los futuros papás. Quizá esperan que sus pequeñas lleguen a ser así de originales y divertidas, y, por qué no, a tener una voz como la triunfita.
Y es que, cada temporada se ponen de moda los nombres de las estrellas de una serie o los de los cantantes que despachan todas las entradas en cada concierto. De hecho, cada época tiene su preferido, atendiendo a algún acontecimiento reseñable.
Por ejemplo, muchas niñas nacidas en España en 2004 responden al nombre de Letizia. Fue el año en el que supimos el nombre y apellidos de la entonces futura reina. Diez años antes, en 1994, debutaba un icono del Real Madrid, Raúl González Blanco. En la actualidad, son muchos los jóvenes a punto de cumplir el cuarto de siglo que responden a esa denominación. Por no hablar de tu sobrino Andrés, de siete años. Efectivamente, fue concebido tras el gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica. ¡Qué tarde la de aquel día!
Además, debes saber que en países como Estados Unidos, bautizar a bebés con nombres de futbolistas o estrellas del pop es un hecho que se asocia a familias menos cultas (y, en algunos casos, estrafalarias). De hecho, en las universidades están mejor considerados aquellos con nombres de literatos o presidentes.
En ocasiones, nos bautizan de una forma determinada por el significado en griego o en germánico. Reconoce que resulta muy atractivo llamarte de una manera cuya traducción sea «única», «el ser más hermoso y libre» o «fuego de mis entrañas».
Pero nuestro nombre encierra mucho más que las preferencias de nuestros padres.También es producto de las modas, con lo que dice mucho de quienes nos lo pusieron. Además, es un testigo de la historia, de aquellos acontecimientos que tuvieron lugar cuando abrimos los ojos por primera vez. Por tanto, la importancia de tu denominación en la vida es incuestionable por todas estas razones.
El nombre forma parte de nuestra personalidad, incluso marca algunos de nuestros comportamientos. Por ejemplo, tu amiga Aniceta es una persona tímida porque tuvo que aguantar las risas de sus compañeros en la escuela. Nuestra designación puede decir mucho más de nosotros y de nuestra historia que nuestra mirada o nuestros tatuajes.
En definitiva, el nombre es tu carta de presentación, aquello que define algunas de tus circunstancias y que condiciona la manera en la que te ven otros. Tu nombre es capaz de configurar tu personalidad. Y tú, ¿cómo te llamas?
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