«No, la ilusión no se pierde. Ni las mariposas, ni la inseguridad, ni el miedo, ni las ganas, ni la incomodidad. Este es mi primer disco, una vez mas. Este es mi ultimo disco, porque lo hicimos como si fuera lo último que nos fuera a pasar.»
Con estas palabras, a través de las redes sociales, Dani Martin alumbraba el lanzamiento de su último disco, que siente para sí como el primero.
Disfrutad cada silencio y cada nota, están sacadas de las entrañas. LQMDLG NO ES UN DISCO, ES MI PRIMER DISCO.
Lo que me de la gana, llega además de por el talento de uno de los mejores músicos de nuestro país, ungido por la pluma descarnada de Manuel Jabois que relata de forma magistral su primera vez junto a Dani Martín paladeando una a una sus canciones.
Abrió un vino tinto estupendo en el estudio de grabación, una zona independiente de su casa nueva que mira Madrid a distancia, como si le estuviese tomando la medida al igual que las boas hacen con presas, y puso el disco. No recuerdo la última vez que escuché un disco entero con nadie sentado a mi lado, mirando los dos los altavoces, el techo, las ventanas, las manos. No podíamos hablar, pues el disco era de él pero no de él porque lo hubiese comprado, sino porque lo había compuesto, así que hablar sería una grosería. No podíamos enrollarnos, que es una cosa que se hace mucho cuando se escucha música a la vez, bien es verdad que dependiendo de la música y el vino, no tanto del otro. Tampoco podía mirar el móvil con la excusa de consultar una letra o un acorde, porque aquellas canciones públicamente no existían: se estaban poniendo sólo para mí, directo al corazón, me manda este misil hecho canción. En fin, no podía hacer otra cosa que beber vino, todo el que pudiera porque era un vino carísimo, y escuchar el puto disco. Semanas después, en ese mismo estudio de grabación, puso una cámara a grabar, cogió una guitarra y cantó la mitad de Cómo me gustaría contarte. Luego la colgó en internet: el terremoto fue instantáneo. Es un tema que dedica a Miriam Martín, su hermana fallecida en 2009 a los 34 años. Han pasado once años. No cicatriza nada porque no hay nada que cicatrizar: esas heridas duelen, nunca cierran y al final de todo uno descubre que ese dolor acompaña, y no quieres perderlo porque es algo de ella, tan reconocible como su olor o su ropa. La canción dibuja un cráter, el mismo que dejó la chica en la familia. La escuché junto a él y me dio pudor mirarle; yo por mi parte lloré hasta la siguiente canción, Los Huesos, lo cual fue gracioso porque es la canción más movida del disco, una de esas canciones -la canta a dúo con Juanes- que operan más en los pies que en la cabeza (“si le hace falta el amor, que le den, que le den / si le hace falta calor, que le den, que le den”), y yo aún tenía unas lágrimas tremendas por la canción anterior y parecía de verdad que el “si le hace falta el amor, que le den, que le den” afectaba a un amargo capítulo de mi vida personal. Cómo me gustaría contarte se va a quedar en su repertorio y el nuestro, y define el disco de la manera aproximada en que se define la ternura, el humor y el dolor no sólo de él sino de una familia amputada. Lo dijo en la revista Jot Down: “Ellos [sus padres] me dieron una lección de vida: al día siguiente estaban trabajando los dos. Y al día siguiente, también. Y al siguiente. Entre los tres hemos conseguido que no nos sobrepasara la pena”. Empezaré por el principio. El día que lo conocí, Dani Martín me recogió en comisaría. Habíamos quedado en mi casa, pero le escribí para decirle que, debido a un imprevisto, debería pasar a buscarme a la comisaría de Canillas, la más grande de Madrid (para tranquilizarlo). Después de subir al coche me preguntó, mirándome de reojo, si “estaba todo bien”. Yo creo que la mejor primera cita es ir a buscar al otro a comisaría. Todo son preguntas desde el primer momento: no hay hielo que romper, ya sales con el hielo picado de casa. Sopesé mentir, que es una cosa que me paso sopesando siempre; hasta imaginé la entradilla del telediario: “Al delincuente lo recogió a las puertas de comisaría su gran amigo Dani Martín”. Pero le contesté la verdad. ¿Estaba todo bien? Estaba bien, de hecho mejor que nunca: había renovado el DNI. Aquella mañana se había confirmado el segundo lleno seguido de Dani en el pabellón de los deportes de Madrid, e iban a por el tercero, que llegó días después. La estrella quería que yo escuchase su nuevo disco. En realidad, según fui adivinando luego, Dani Martín quería enseñarme su nuevo DNI. Al tipo del pelo azul, la última imagen pública que yo recordaba de él, le interesaba renovar el carné y luego llenar recitales para que se lo coreasen; la mayoría nos conformamos con usarlo para viajar. Se había pasado tres años con un disco nuevo y en los móviles ya sonaba La Mentira, que es nuestro primer y natural impulso, a veces para desconcertar al otro, como me había pasado en el coche, y a veces para desconcertarse a uno mismo pretendiendo ser el que no fue. Deseando haber conocido a Sabina en aquel after de la calle Pez. Yo creo que La Mentira (“la chulería que yo he adoptao / pa camuflar mi inseguridad”) y esa sucesión de complejos y fanfarronadas que se quedan expuestas en la canción (“Salgo de la cama, Dolce&Gabanna. / Vivo en un aeropuerto, tengo un buen Ferrata”) tiene que ver con la chulería más que con la humildad: la soberbia definitiva, que es la soberbia de mostrarte cómo eres, miserias incluidas, sin importarte lo demás. Más chulo es el que dice la verdad que el que se la inventa. Y el disco va de verdades a golpes construido con unos músicos a su alrededor que parece nun ejército. Ese mensaje arranca en la intro Empieza la función, promesa de lo que viene: “Dicen que echan de menos esa manera de cantar (…) Falta algo de cuando era más chaval”. Y canta, al piano: “Escúchame, no eres el que eras / te has vuelto más cobarde y menos fiera”. La primera vez que escuché la frase fue en Los idus de marzo de Thornton Wilder y la pronunciaba Julio César: “Es imposible no convertirse en la persona que los demás creen que eres”. A efectos políticos modernos, eso se llama relato impuesto. El relato impuesto sobre El Canto del Loco fue el de una banda pija a pesar de los orígenes, entre otros, de su cantante, que se apresuró a decir algo así como que ojalá sus padres tuviesen dinero y no hubiesen tenido que trabajar tanto: no fue el caso. Pijo generalmente es el que hereda o, en el caso de que haya adquirido una posición por sí mismo, el que traiciona. No hay nada malo en ser el primer tipo de pijo, de hecho hay muchísimas cosas buenas, al ser más fáciles; el segundo es más difícil de llevar. En la carrera de Dani no hay rastro de ninguno. Todo lo más, los tics de la estrella que triunfa joven y de mayor alcanza la lucidez suficiente para decir esto, que es una respuesta bellísima. “Follasteis todo lo que quisisteis”, le dijeron por los tiempos de El Canto. “Follamos nosotros y las personas que follaron con nosotros, que también lo pasaron genial”. De ese Dani Martín con DNI nuevo sobreviven viejos zarpazos en Portales y Julia, y un espíritu detectable desde los primeros discos de El Canto hasta los primeros en solitario que llega hasta aquí: las cien mil maneras de ir por la vida y por la música haciendo lo que le da la gana sin estar seguro de ello y sin dejarse honestidad por el camino. Lo cantó hace años en Peter Pan (“Si te llevas mi niñez, llévate la parte que me sobra en mí”), y con todo lo que ha ido sobrando ha hecho su disco más auténtico de la misma manera que somos la suma de todo lo que hemos ido dejando atrás, como un puzzle que se hace al revés, separando las piezas al igual que hace Hemingway: “Estamos todos rotos: así es como entra la luz”. “Toda la vida sacando de banda y yendo a rematar”, canta en El capitán, una canción de amor a su Atleti. He leído por ahí que ahora ya no cantaría La madre de José y Zapatillas, producto de una edad y un tiempo. Yo, que abjuro de las cosas a las tres semanas de hacerlas, creo que nos arrepentimos de nosotros mismos a tiempo de salvarnos. Que hay gente que sólo se tolera a sí misma dudando de lo que va a hacer, para lo cual necesita una seguridad sobrehumana para hacerlo. En esa paradoja funcionamos, y funcionamos bien, aunque la insatisfacción es permanente. De eso también habla el disco. Cuando acabé de escuchar todas las canciones en su estudio, aún atropellado por lo que cuenta, recordé de pronto la última vez que escuché un álbum entero con alguien: nunca. No sólo eso: ahora tenía conmigo al autor para preguntarle lo que quisiera, como Holden Caulfield con los escritores de los libros que le gustaban pero a lo bestia, leyéndolos delante de ellos. Terminamos semanas después con sus amigos jugando a uno de esos juegos de mesa en los que hay que adivinar famosos haciendo mímica. Nos ganó quizá porque lleva años intentando hacerse explicar cuando él ya está, afortunadamente, explicado del todo. Y recordé, de golpe, una cosa más: la primera vez que vi a Dani Martín no me recogió en una comisaría. Fue mucho tiempo antes. Estábamos en un bar, era tardísimo, nos presentaron, y cuando le dije que me gustaban muchas de sus canciones, me dijo: “¿En serio?”. En la música escuchad a todas y todos los que podáis; en la vida pegaros a quien tiene que escuchar dos veces un elogio para creérselo.
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