Aquella foto leyendo la cartilla, el babi de cuadros, tu chupete, el osito con el que dormías cada noche… Siempre que visitas a tu madre te saca todo el arsenal de recuerdos de tu infancia. Te avergüenzas cada vez que enseña a sus vecinas la casita con palillos y lentejas que le hiciste en el colegio, ¿verdad?
Y cuando llevas a tu pareja a casa y ¡abre el cajón de la cómoda! De ahí puede salir cualquier cosa y no precisamente para dejarte en buen lugar. Por no hablar de esas historias para no dormir que cuenta sobre tu infancia, lo travies@ que eras de niñ@ y las trastadas que solías hacer.
Pues si supieras las rarezas que pueden conservar de sus hijos algunas progenitoras, las pertenencias que custodia la tuya no te parecerían tan bochornosas. Eso sí, cada una de las excentricidades que te mostramos a continuación resultan igual de tiernas que tu debut como dibujante, tu primer «mi mamá me mima» o tu disfraz de sevillana. Al final, el efecto al contemplar estos objetos tan especiales es el mismo: nostalgia de tiempos felices.
Existe un punto intermedio entre no tirar los pedales de tu bici rosa y aquella costumbre de custodiar las vísceras (así recordaban a los difuntos en el Antiguo Egipto). Entre la normalidad y la exageración se encuentra este grupo de mamás a las que no les basta con tener memorizada tu primera palabra. Necesitan la evidencia: el vídeo, el audio… da igual.
La invención del Ratoncito Pérez es la excusa perfecta para aquellas que tienen a buen recaudo las piezas de leche de sus pequeños. Esconder los paletos de los niños no supone el hábito más extraño. Aún hay una vuelta de tuerca. Algunas rematan esta insólita práctica con la fabricación de pulseras. Seguramente, acabarán pidiéndole a tu dentista tu muela del juicio; así tendrán el colgante a juego.
Quizá a alguno le provoque arcadas. «Tendrás que dar a luz para entenderlo», responderían las madres a esos incrédulos. Esta manía resulta más común de lo que imaginas. Cuidar la pinza con los trocitos que se le caen al recién nacido se convierte en un reto para muchas mamás. Al fin y al cabo, este conducto les unió en esa etapa tan preciosa llamada embarazo.
Aquel cepillo que usaba para hacerte las coletas tiraba tanto que te arrancaba el pelo de cuajo. Tu madre lanzaba por el retrete, día sí día también, la pelusa que se almacenaba alrededor de las cerdas. Eso sí, la primera vez que visitaste la peluquería fue memorable. El primer mechón que tocó el suelo reside en esa cajita roja. Un recipiente que demuestra el amor que te profesaba… y que entonces eras rubia de verdad.
No sabemos si con el tiempo, el rosa se va volviendo amarillo o verde. El caso es que este artículo retrotrae al momento más feliz de una progenitora antes de tener al bebé en sus brazos. Hablamos del instante en el que conoce su estado. Parecerá una rareza, pero ¿a que te hace ilusión contemplar la previa de tu llegada al mundo?
Como lo lees. Algunas materializan la experiencia de cortar las uñas a su bebé por primera vez, guardándolas. Mira bien, las tuyas están en esa caja en la que descansan tus primeros patucos y la cuchara con la que tomabas la papilla cada mañana.
Si acabas de ser madre, debes tener en cuenta la lista anterior. Tampoco puedes olvidarte de conservar su pasaporte, la vela de su primer cumpleaños, el periódico del día que nació o los cuadernos de la escuela. Su ropita, un sinfín de fotografías… Todo esto será la prueba de una época imborrable.
Y ahora, confiesa, ¿qué guarda tu madre de cuando eras niño?
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