Como sea cierto ese mito que asegura que cuando hablamos mal de alguien le pitan los oídos… pobre del que pilles por delante. Si no te llaman Don Faltón, es porque no eres la única persona con tendencia a examinar de arriba a abajo con mirada desafiante. Piénsalo, igual que tú investigas cada paso que dan las personas que pululan por tu espacio vital, ellas, probablemente, radiografiarán tus idas y venidas con sus lenguas viperinas.
Por delante, todos son «dientes, dientes…». Por detrás, las cuchilladas se amontonan. Que si se ha echado un novio más guapo que ella, que si cómo puede comprarse un descapotable si lleva tres años en el paro, que si ha cambiado a peor desde que sale con esa gente… Criticar es inherente al ser humano. Y hacerlo de manera desairada, con gestos de repugnancia y aversión, se ha convertido en una coreografía más manida que los pasos del «dale a tu cuerpo alegría, Macarena…».
Poner verde a la presentadora guapa se erige como todo un clásico, pero, no nos engañemos, la práctica que prolifera es reprender a aquellos que tenemos cerca (y cuando ellos no están, evidentemente). Nuestros amigos se convierten en las víctimas estrella de la desaprobación. Sueles comenzar censurándolos de manera sutil, pero cuando tu compañero de reproches te sigue el juego, acabas poniéndolos de vuelta y media. ¿Nos equivocamos?
Como hemos dicho, somos marujas por naturaleza. Aunque existen niveles. Quizá tu comportamiento se encuadre en el de un principiante o tal vez te desenvuelves como pez en el agua en el arte nada noble del critiqueo. Pero ¿qué encierra esta inclinación a analizar al detalle cada movimiento del prójimo? Evidentemente, buenas intenciones, no.
Juzgar de manera negativa a aquellos que queremos supone una costumbre enraizada. Pero ¿por qué lo hacemos? Criticar entraña soberbia, ya que censurar a otros significa mirarlos por encima del hombro. Paradójicamente, el germen de esta conducta no brota de la persona criticada, sino de nosotros. ¿Lo motivos? Aquí tienes algunos:
Hacemos comentarios de compañeros a sus espaldas para parecer graciosos y contar con el beneplácito de esos otros con los que deseamos conectar. Este proceder nos perjudica, puesto que aquellos que consideramos cómplices nunca confiarán en nosotros. Sospecharán que hacemos lo mismo con ellos.
Ya que tú no tienes la suerte de tu amigo en el terreno amoroso, te metes con su inteligencia. Aminoras sus virtudes a través de la detracción porque sientes celos de su buena racha en cuanto a sus relaciones para intentar demostrar que tú eres superior.
El aburrimiento es el mejor alimento de la crítica. Si tu vida tiene lagunas, acabas rellenándolas con las experiencias de los demás. No es en absoluto recomendable. No solo porque te convierte en alguien deplorable, sino porque te dañas a ti mismo.
Ya te pidió perdón por meter la pata contigo, pero el rencor es un sentimiento que te acompaña igual que ese lunar de tu barbilla. No puedes remediarlo. Este desafío encierra falta de responsabilidad, de autocontrol e, incluso, de respeto por uno mismo.
Criticar a los demás para sentirnos mejor. Suena cruel, pero es la pura realidad. Juzgamos aquello que detestamos de nosotros. La persona segura de sí misma no necesita reprochar nada a los demás a sus espaldas. Invierte su tiempo en cosas más productivas.
¿Y tú, eres una persona criticona? Si la respuesta es «no», eres digno de admirar. Si estás en el montón numeroso, te aconsejamos mirar en tu interior antes de señalar con el dedo a los demás. Te estarás haciendo un favor a ti mismo.
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