La experiencia no iba a ser agradable, y desde el primer momento lo descubrió nuestra compañera. Unas mantas enormes «que asfixian«, unidas al olor de pies de todos los presentes, porque recordemos que se debe hacer descalzo.
Entre los ataques epilépticos con los coloridos calcetines de sus compañeras, más la fabada que se había metido horas antes, si algo tenía claro es que no volvía más. «A mí nadie me avisó de que se jugaba al Twister«, y razón no le falta…
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