Para ello contamos con la ayuda de la psicóloga Silvina Zaccheo Tiscar, quien nos da una serie de pautas para descubrir si nuestro hijo está siendo víctima de bullying y a actuar en consecuencia. Además, ambienta la temática con Antorchas en la niebla, una canción de El Arrebato que trata el acoso escolar en primer término.
«Estoy contigo, hay un precipicio pero estoy contigo. Tú no temas porque no voy a soltarte, vamos a hacer juntos todo este camino y cambiaremos la tristeza por un baile«, reza el tema.
Por Silvina Zaccheo
Las señales que puede dar un niño o un adolescente de que está siendo objeto de bullying pueden ser múltiples y variadas como bajada en su rendimiento escolar, tristeza, ansiedad, apatía, irritabilidad, alteraciones del apetito o del sueño, somatizaciones (dolor de cabeza, malestar estomacal, mareos, etc), tendencia a aislarse, cambios en su comportamiento habitual: no juega, no quiere ir al colegio o al entrenamiento, se encierra en su cuarto, etc.
Estos síntomas pueden comenzar de forma leve y manifestarse como algo puntual pero, de no mediar solución al problema que los origina, podrán irse incrementando hasta llegar, como sabemos, a extremos dramáticos.
Por eso es importante que ante señales como estas los padres siempre se pregunten por la causa de ese comportamiento. No puede simplificarse con un “es vago” o “se ha vuelto pasota” o “miente para faltar al colegio”. Los niños no se comportan así si están bien. Debemos hablar con nuestros hijos, conocerles y tomarles en serio.
La comunicación con los hijos es esencial pero esas charlas no tienen que ser acontecimientos esporádicos o ceremoniosos (“vamos a hablar, hijo mío”); ni deben terminar con el sermón pontificador de los padres. Tenemos que saber escucharles sin apresurarnos a dar nuestra opinión, animarles a pensar por sí mismos y aprovechar cualquier momento informal como en el coche, camino de casa, al merendar o entre los mimos antes de dormir.
Si se conoce bien a los hijos será más fácil percibir si están teniendo algún problema. Y si los hijos han crecido acostumbrados a ser escuchados, aceptados y a que se puede hablar con los padres de todos los temas, les será más fácil acudir a ellos para contar lo que sea.
Si finalmente se corrobora que el niño está siendo objeto de acoso el adulto debe intervenir. Como en casi todo, si se pone límites desde un comienzo suele ir mejor. Como padres tenemos que exigir al equipo directivo del centro que tomen los recaudos necesarios para evitar la violencia, la hostilidad o el aislamiento. Se deben controlar de manera efectiva, las entradas y salidas al centro, los recreos, las clases. Los padres deben vigilar lo que pueda ocurrir en las redes sociales. La primera medida y más urgente es procurar que el acoso cese cuanto antes.
Los padres tienen derecho a exigir que el centro se responsabilice de que cese el acoso y deben tomar todas las medidas necesarias para que así sea. Sin la ayuda de los adultos, padres, profesores, monitores de patio, etc, es muy difícil para un niño resolverlo por sí mismo puesto que está en desventaja.
Lamentablemente no hay en la actualidad un protocolo claro y único de actuación y son los padres los que deben ir abriéndose paso hasta conseguir una solución. Todavía hoy nos enfrentamos a que en muchas ocasiones la víctima es quien termina doblemente afectada pues ante la falta de respuesta adecuada por parte de las autoridades pertinentes, se ve obligada a abandonar el centro. Por suerte, la concienciación con el tema va siendo mayor y las autoridades educativas van implicándose más.
En cuanto al acosador, se le castiga en ocasiones con una expulsión de unos días, que son vividas como vacaciones a la salud del acosado. Lo que no ayuda ni a unos ni a otros. Tiene que haber un pedido de perdón y un intento de reparación por el daño realizado. Si el acoso ha sido público, el perdón debe serlo también.
Como en el vídeo de Antorchas en la niebla de El Arrebato, nos centramos generalmente en la víctima porque es quien recibe, siendo inocente, los ataques de una personalidad disfuncional por el mero hecho de haber coincidido con él. Eso genera nuestra empatía y que queramos protegerle.
Sin embargo, el problema del bullying no se resolverá de manera completa si no se trabaja con el acosador y su familia. Es un niño o adolescente que está expresando su conflictiva de manera violenta y agresiva. Puede ser que repita patrones aprendidos en casa pero también puede ser la manera que ha encontrado de obtener atención y reconocimiento en el grupo. Como sea, se está gestando un adulto hostil y agresivo que se acostumbrará a actuar de esa manera pudiendo llegar a ser auténticas personalidades disociales.
Pero hay un tercer elemento en la problemática del bullying que es el de los testigos silenciosos, los compañeros que miran para otro lado o los que alientan al acosador. Este es el tercer pilar. Sin sus risas o su silencio cómplice, sin su miedo a meterse, sin su rotundo y activo rechazo a cualquier tipo de violencia, el bullying dejaría de tener combustible.
Es responsabilidad de todos pasar de la aceptación resignada a la total reprobación, que la respuesta normal sea aislar al acosador y privarle de cualquier tipo de reconocimiento. Son cambios de mentalidad que ya están produciéndose. Por ello es importante manifestarnos todos contra el bullying.
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