No ofende quien quiere, sino quien puede. Esto se demuestra hasta con las buenas intenciones: cuando estás de mala leche y alguien te dice que te calmes, resulta que te pones todavía peor. Nada más irritante que te digan que te tranquilices cuando estás enfadado. Ahí sí que se hincha la vena del cuello. ¿Por qué ocurre eso?
Cuando entramos en una tormenta de cabreo estamos, por descontado, en medio de una situación que no nos gusta. A nadie le agrada estar de mal humor, enfadado o en plena explosión emocional. Da igual que seas de enfados silenciosos, caprichosos («pues ahora no respiro») o de explosión iracunda a nivel Hulk. No deseamos pasar por eso, así que piensa: si no lo queremos, ¿por qué estamos enfadados?
He ahí la clave. Enfadarse puede tener una causa externa a nosotros, pero es algo que sufrimos por dentro. Y no lo podemos evitar. No es algo que pueda quitarse de un plumazo, porque no se trata de decir, «¡ey! ¿Y si me alegro un poco y ya está?». ¡No! Es incontrolable, no podemos decidir tenerlo o no tenerlo.
Por eso, cuando alguien nos dice que nos calmemos es como echarle gasolina al fuego. Es el peor momento en el que nos pueden dar una orden. Es como una provocación, un dardo sobre nuestra capacidad de autocontrol.
Aunque no tiene que ser necesariamente cierto, sentimos como si la otra persona se creyera mejor que nosotros y estuviera por encima de nuestras emociones. Como si juzgara que nos enfadamos sin motivo, que no tenemos razón y que estamos equivocados. Se percibe como una manera de invalidar nuestras emociones, como si no tuvieran sentido ni motivo. Es decir, que la discusión está ganada (por ellos). ¡La sangre hierve todavía más! ¡Te pones verde y te salen músculos!
En realidad es un poco injusto, porque lo más seguro es que la persona que te pide que te tranquilices lo esté haciendo de buena fe. No quiere verte pasándolo mal y te recomienda tomar aire. Pero claro, si estás en mitad de una bronca, ese aire que tomas solo va a servir para gritar más alto.
Si pedir calma es peor, ¿no hay salida? ¿No se puede hacer nada para evitarlo? Los enfados se pasan solos, pero lo cierto es que hay estrategias para gestionar el enojo y el mal humor que a todos nos convendría aprender. Las técnicas de relajación son la mar de útiles, tanto para evitar llegar al enfado como para controlarlo cuando nos subimos a la montaña rusa emocional. ¡Nadie quiere que le dé un jamacuco!
Pero lo que nos ha traído aquí es, más bien, el papel de la otra parte. ¿Qué deberías hacer ante una persona enfadada?
– Apártate. Si la discusión no va directamente contigo, lo mejor es dejar un espacio para que el proyecto de King Kong encuentre su sitio y se calme.
– No te pitorrees. Obvio, ¿verdad? No desprecies lo que siente ni minusvalores el objeto de su enfado. Puede ser una chorrada, puede que no tenga razón, muy bien. Pero no se lo digas.
– Establece puentes de comunicación. Pregunta el motivo por el que se siente mal. Cuando dejamos que los demás se expresen, la capacidad de razonamiento encuentra su hueco entre todo ese enojo y poco a poco se consigue encauzar la rabia.
Las diferencias se arreglan mejor con mesura y calma, alejando el estrés. Así que ya sabes, ¡busca el método para bajar los humos!
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