Si por algo deseas que llegue el verano, es por lucir esa manicura de película en tus extremidades inferiores. Te esfuerzas de lo lindo para conseguir unos pies perfectos durante todo el año. Por eso, las chancletas son un básico para ti en la estación más calurosa. Y es que si no enseñas esa obra de arte que tanto te has trabajado, esos dolores de cuello que te ha dado tu escrupulosa dedicación no habrán merecido la peña.
No obstante, has de saber que quizá no estés tomando la decisión correcta para tus pies. De hecho, llevar chanclas entraña ciertos riesgos que debes conocer. Y no nos referimos a que los demás descubran que tus dedos desprenden olores desagradables…
Emplearlas de manera habitual te puede conducir a:
Este tipo de calzado provoca que camines tensionado y con el pie rígido. Esta situación lleva a que la fascia plantar se inflame. ¿La consecuencia? Un dolor que no se lo deseas ni a tu peor enemigo. ¡Y te quejabas de los tacones el sábado por la noche!
Nos referimos a esguinces, tendinitis, torceduras de tobillo y daños a otras partes del cuerpo que pueden verse perjudicadas en una caída. No hay que olvidar que las chanclas te proporcionan libertad de movimiento, pero cuentan con una escasa sujeción. Esa mezcla te puede conducir al desastre. Por no hablar de que tus pies son un caramelo para los pisotones. Un consejo: ¡opta por el ascensor para bajar al portal!
Las fisuras, el polvo, la polución, la sequedad… Todo esto va encaminado a una infección como la copa de un pino. Por no hablar de esas burbujas de pus que adornan tus preciosos dedos cada vez que estrenas chanclas. ¿De verdad merece la pena llevarlas todos los días? Por cierto, no te desprendas de tu crema hidratante.
Se trata de una de las fibras débiles de los pies. Usando chanclas, se sobrecarga. Esto perjudica a tus gemelos, que podrían tensionarse. Pero también a tus rodillas y hasta a tus caderas y a tus vértebras. ¡Cuidado!
Los peligros mencionados no hacen distinciones. Seas hombre, mujer o tengas el pie egipcio, cuadrado o romano, eres susceptible de sufrir las bromas pesadas de este tipo de calzado. Aunque si hay un grupo más sensible aún a las condenadas chanclas, es el de los niños.
Su despreocupación los conduce a saltar desde una encina o a cruzar el semáforo en rojo corriendo a toda mecha. Esta vitalidad desmedida y su inocencia ante el peligro los lleva a recibir golpes, heridas o lesiones en las uñas. Males que tú, como adulto, sí evitas. Dichosa infancia… ¡y malditas chanclas! ¿Lo mejor que puedes hacer? Limitar su uso a la playa y a la piscina. Además, cómprale a tu pequeño un par con velcros o gomas. Es decir, con algún tipo de sujeción que proteja sus piececitos.
Así que ya lo sabes, a las chanclas, al igual que a las grasas saturadas, es mejor observarlas desde la distancia. Eso sí, no tienes por qué colgarles el sambenito de elementos destructivos. También tienen cosas buenas: te dejan el pie fresquito y protagonizan tu foto del día en Instagram. Simplemente, úsalas con cuidado y con moderación. Vamos, lo mismo que haces con el vino.
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