Las bacterias están por todas partes y por eso se insiste tanto en la higiene. Las campañas que fomentan el lavado de manos no son un capricho. Las manos nos ponen en contacto con el mundo, ¡y nunca sabemos quién ha tocado qué!
No hace falta irse muy lejos para encontrar un caldo de cultivo digno de una peli de terror. Miras a tu alrededor y por todas partes encuentras objetos tocados por manos de limpieza misteriosa. Pero, a lo mejor, resulta que el mayor enemigo lo llevas tú en las tuyas.
Estás en el trabajo y te entran ganas de ir al baño. Vas al servicio y entras en el cubículo del retrete. Rezas para pillar los servicios justo después de que los hayan limpiado, cuando huelen a lejía y a purificación de todos los males del universo. Pero no, hoy no. Lo miras, te mira, haces una mueca de asquito y resoplas con resignación. No sabes quién se habrá sentado ahí antes. Quizá una docena de personas, cada una de su padre y de su madre.
Cierras, echas el pestillo y empiezas a cortar metódicamente trocitos de papel que vas poniendo en el asiento, hasta hacer una obra de arte como las manualidades que trae tu hijo del colegio. Una vez empapelado todo, sacas al aire tus posaderas, rezas y te agachas con cuidado para no mover nada. Como el aterrizaje de una nave espacial. 3, 2, 1… ¡Por fin!
Te alivias, te levantas, tiras todo, te limpias, tiras de la cadena, sales y te lavas las manos. Misión cumplida, Houston. Volvemos a casa. Es decir, a la mesa. Con total satisfacción física y espiritual, te sientas en tu sitio con la tranquilidad de no haber tocado nada supuestamente sucio. Y te pones a teclear, dejando atrás todo el mal rollo anterior.
¡Ya lo has estropeado! Porque resulta que en esa oficina lo más cochino que hay no es tu sueldo ni el retrete. Es tu teclado.
Para evitar los gérmenes, lo primero es mantener pautas de higiene. Lo sucio se limpia. El retrete se lava a diario, pero ¿cuándo fue la última vez que limpiaste tu teclado? Te pasas horas con el ratón en la mano. ¿Cuándo lo desinfectaste? ¿Ayer?
Sobre estos objetos caen pelos, células de piel muerta, partículas de comida y humedad en forma de saliva que disparamos al hablar.
Es decir, un paraíso para las bacterias. Materia orgánica en cantidades ingentes para millones de microorganismos que se frotan las manos cada vez que te acercas con tu bocata. ¿Y cuáles son esos bichitos? Los que vengan flotando por el ambiente y los que tú aportes. Eso incluye las mismas bacterias fecales (sí, fecales) que lloras por evitar tocar en el retrete.
¡No es broma! Diversos estudios han encontrado unas 250 veces más bacterias viviendo en los teclados y ratones que en los propios váteres. Incluso más que en las escobillas usadas. Algunas de estas bacterias producen peligrosas infecciones gastrointestinales y urinarias, entre otras. ¿Llevas una temporada con el vientre suelto sin venir a cuento? A ver si es que…
En definitiva, el enemigo está donde menos te lo esperas. Los utensilios que más toqueteas son los que más suciedad acumulan y, por tanto, los que más bacterias albergan. ¡Traición total de tus objetos más cercanos!
La solución está en lavarse las manos varias veces al día y limpiar cada poco tiempo el teclado y el ratón. ¡Que nadie diga en la oficina que es más higiénico comer en el retrete que en tu puesto!
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