Hay hombres de atractivo universalmente reconocido. Pero si te fijas en ellos te das cuenta de que son feos con total objetividad. Son atractivos. Pero feos. Pero atractivos. Pero feos. Feos, sí, pero te tienen pillada (o pillado). Entonces no sabes qué pensar, porque está claro que no cumplen los estándares de belleza masculina.
Y entonces te das cuenta de que hay guapos, guapazos, buenorros de manual, que sabes que lo son pero que no te hacen tilín ninguno. ¿Pero qué está pasando aquí? ¿Qué tienen esos feíllos que son irresistibles?
Una canción del período Cretácico ya mencionaba este asunto con honda preocupación, profunda reflexión filosófica e intensa carga argumental: «que se mueran los feos, que no quede ninguno» porque «quitan a las chicas», ya que «tienen un arte especial para las conquistas». ¡Ojo! Ahí se señalaba ya el peligro de los feos, que a la chita callando y de manera misteriosa se llevan a las chicas.
Algunas están más que encantadas con sus feos y a otras muchas se les agita la respiración cuando ciertos hombres poco agraciados las miran. Sobre gustos no hay nada escrito, pero lo cierto es que algunos hombres feos (y muchas mujeres fuera del canon) rompen esquemas.
Los motivos se encuentran en lo de «la belleza está en interior». Que no necesariamente se refiere siempre a tener un buen carácter o ser buena persona. También podemos verlo como el atractivo de una actitud magnética, más allá del físico.
Porque si hay algo que atrae como un imán es tener personalidad. Ser único, tener naturalidad. Eso es lo que tienen los feos irresistibles, una actitud de evidente seguridad en sí mismos y autoconfianza. Esto no quiere decir que sean creídos ni narcisistas. Significa que son auténticos. Y lo auténtico atrae más que el olor de los gofres recién hechos. Más que el olor del pollo asado. Más que el de las palomitas.
Como decían los Mojinos Escozíos, «¡qué güeno que estoy!». Esa es la actitud. Saberse único, precisamente por no estar en el patrón estándar ni necesitarlo. Y que se note que no le importa nada no ser el más alto ni tener mandíbula de Superman, perfil griego, mirada intensa, vozarrón, pelazo fuerte o frente regia.
Ahí está el bajito ganador, el larguirucho que nos encanta, el de la nariz que rompe escaparates, el fofisano que nos derrite a todas y el calvete simpático. No son el mayor jamón de anuncio de calzoncillos ni falta que les hace. ¡Rompen corazones y alteran el pulso!
Una sonrisa elegante y divertida seduce a cualquiera. Las personas que sonríen son automáticamente más interesantes y magnéticas. Queremos acercarnos a ellas. Pero que no sea una sonrisa histérica, huidiza o rarita, por favor. Una sonrisa franca, natural.
Ese es un rasgo muy común entre los feos irresistibles. La sonrisa elegante, despreocupada, la que demuestra buen humor, serenidad y una personalidad segura y confiada. Está más que demostrado que a las chicas les parece súper atractivo un hombre con sentido del humor y divertido.
Así que si nunca has destacado por tu belleza, mírate al espejo y sonríe. Cuida tus virtudes, demuestra cierto estilo y entra en todas partes como si fueras el protagonista de la historia. Porque aunque no lo seas, lo importante es que te lo creas, que lo sientas. Esa seguridad hablará por ti más allá de tu rostro picassiano. ¡Sonríe y empezarás con buen pie!
También te va a interesar:
© Sociedad Española de Radio Difusión, S.L.U.
© Sociedad Española de Radiodifusión realiza una reserva expresa de las reproducciones y usos de las obras y otras prestaciones accesibles desde este sitio web a medios de lectura mecánica u otros medios que resulten adecuados a tal fin de conformidad con el artículo 67.3 del Real Decreto-ley 24/2021, de 2 de noviembre.