El café y el té son nuestros amigos cuando queremos mantenernos despiertos. Pero ¿cuál es más efectivo?
El café reina en los desayunos de la inmensa mayoría de los adultos. También está presente en la pausa de media mañana, en la sobremesa, en la merienda… Por su parte, el consumo de té no deja de crecer en nuestro país y se está haciendo un hueco cada vez más importante.
Los tomamos porque nos gustan, claro. Son bebidas reconfortantes, que evocan momentos, que tienen su ritual. Pero también los bebemos porque nos espabilan como una bofetada. Ahora bien, ¿quién la pega mejor?
El secreto del café es, por supuesto, la cafeína. Como bien sabrás, esta molécula es la responsable de ese chute de energía que tan bien nos sienta cuando tomamos café.
La teína del té no es una sustancia diferente. En realidad, es cafeína. La única diferencia es que está rodeada de otras sustancias propias del té (inexistentes en el café), que alteran sus efectos en nuestro cerebro.
¿Sabes cómo actúa la cafeína? Para empezar a hablar de los efectos del café y el té, debemos introducirnos en la fascinante química de nuestro organismo. Vamos a desempolvar los viejos apuntes de biología del insti. ¡Todos tranquilos! Simplificaremos la explicación todo lo posible.
El asunto empieza con el metabolismo de los azúcares. En el proceso que nos permite extraer energía de los azúcares, se produce una sustancia llamada adenosina. Esta tiene muchas funciones pero, si queremos estar espabilados, una de ellas es nuestra enemiga.
La adenosina tiene efecto sobre nuestras neuronas. En la superficie de estas células hay múltiples receptores que se activan y producen un efecto en la célula cuando se ponen en contacto con la molécula adecuada. Imagina esto como una cerradura, que solo funciona con la llave adecuada.
Cuando la adenosina (la llave) encaja en sus receptores (la cerradura), se produce un efecto inmediato: las neuronas mandan el mensaje de que estamos cansados y tenemos sueño. ¡El cuerpo se cansa porque le dicen que está cansado!
Pero aquí llega la cafeína. Resulta que la molécula de cafeína tiene una forma tan parecida a la adenosina que le quita el sitio en el juego de la silla cerebral. Por lo tanto, la adenosina no puede activar la neurona y nadie le dice al cuerpo que está cansado. Y si nadie se lo dice, él pasa de todo y sigue la fiesta.
Además, la cafeína está implicada en la presencia de adrenalina, la sustancia que nos pone en alerta, aumenta nuestros reflejos, incrementa el ritmo cardíaco y estimula al cerebro.
El efecto de la cafeína se nota 15 minutos después de su consumo y será más intenso cuantos más receptores sean ocupados por sus moléculas. Es decir, a mayor concentración de cafeína, más efecto en el cerebro (hasta un límite, claro).
El café tiene entre 80 y 185 mg de cafeína, mientras que el té tiene 15-70 mg. Por lo tanto, una taza de café nos da más energía, nos despierta más y actúa más rápido que una taza de té. Sin embargo, su efecto se pasa más rápido, mientras que la teína permanece más tiempo en nuestro organismo y tiene un efecto más prolongado.