Una pizza con masa de brócoli. Se antoja una combinación más rara que la que definía al icónico gallifante. Eso sí, camuflarla entre cuatro quesos y orégano supone tu indiscutible salida. Parece el único modo de que te apetezca esta planta o cualquiera de sus hermanas, la col y la coliflor. Y ya si la comparas con un triángulo de ese manjar de los dioses, apaga y vámonos.
La pizza gana al brócoli por goleada cuando tu paladar tiene la palabra. Otra cosa es que tu miniyo con forma de ángel se aposente en tu hombro derecho para hacer el bien. Intenta disuadirte antes de que la grasa comience a chorrear por la comisura de tus labios…, pero no claudicas ni aunque te recuerden que la operación bikini acecha. ¿Por qué siempre tienes ganas de pizza y le pones dos velas negras al brócoli?
‘Divertida’ es un adjetivo que le queda como un guante a la pizza. Y, reconócelo, el término ‘brócoli’ no te sugiere precisamente una explosión de placer. El verde es un color precioso, sí, como los ojos de tu primera pareja. Ahora bien, ese bonito y redondito invento culinario italiano tiene casi tantos tonos como el arcoíris. El verde del pimiento, el rosado de la panceta ahumada, el rojo del tomate, el amarillo del queso y el negro de las aceitunas. Nada que envidiarle a una pintura de Dalí.
Ya, sabemos que tienes en mente la frase «las apariencias engañan». Tan válida para todo, menos para el tema que nos ocupa. La pizza es más llamativa… ¡y más deliciosa! Esa diversidad de sabores fulmina a la simpleza del gusto que te produce el brócoli. La apariencia y el gusto, por tanto, son dos de las razones por las que siempre te apetece aquella por encima de este. Y eso, sin contar con que ese goce horneado te permite darte el atracón sin cubiertos. La manida frase «me gusta más que comer con los dedos» nació por algo, ¿no crees?
Pues sí, por no hablar del aroma. Es evidente que también comemos por el olfato. Acabas de descubrir el motivo por el que te mueres por una rosquilla de chocolate, pero ni se te eriza el vello al contemplar un espárrago. Además, tanto la pizza como los bollos son dos fijos en el menú de todo evento divertido que se precie. ¿O acaso vas a poner a hervir un par de brócolis para pasar la tarde con tus amigos en la bolera?
Seguimos sumando razones. Llegas agotado del trabajo y con los pies como botijos. No puedes sortear la plancha (¡cualquiera va con arrugas a la oficina!), pero sí puedes cambiar el sofá por la cocina. ¿Gracias a qué? Efectivamente, a la pizza. Las instrucciones son muy claras: abres el envoltorio, metes el producto en el horno y a esperar unos minutos. Por algo se llama ‘comida rápida’.
A estos motivos podemos añadirle uno más. ¡Y tu infancia tiene la culpa! Asociamos los sabores de ciertos alimentos a lo que nos fascinaba en nuestros años más tiernos. El chocolate salía victorioso frente al arroz. Lo mismo ocurría con la dupla naranja-helado de vainilla. Varias décadas después, nada ha cambiado. Aunque la madurez te ha hecho incorporar a la dieta el brócoli y otros platos no tan apetitosos para ti, pero más saludables.
Ya conoces las razones por las que te apetece más una porción de pizza que una de brócoli. Quizá es hora de currarte una receta de la mencionada pizza con masa de brócoli…
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