La bollería es mala, tiene grasas saturadas, sin embargo, se nos hace la boca agua con ellos.
Pensar en un bollo rebosante de chocolate es suficiente para que se nos caiga la baba. Es un reto para nuestra inteligencia y voluntad: Sabemos de sobra que son una «bomba» para el organismo: desequilibra el colesterol, favorece la obesidad y compromete la salud cardiovascular. Sin embargo, una vez más, el placer viene de lo prohibido. La culpa del deseo es, en la mayor parte, de esas grasas saturadas presentes en el dulce.
¿Porqué estos productos tienen que llevar “estas grasas”? ¿Por qué los dulces integrales, que son más saludables, no despiertan en nosotros ese deseo irrefrenable?
¿No existen alternativas saludables que consigan este efecto?
Estan en ello, las buscan. Por ejemplo, se trabaja para crear «falsas grasas» con un mejor perfil nutricional, capaces de darle al producto la misma apariencia, textura de la grasa… ¡Pero no la sustituyen totalmente! La disminución del contenido en grasa continúa siendo un desafío, aunque en general se ha reducido bastante su presencia en los productos. Sin embargo, aún estamos lejos de eliminarlas.
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