Para cortar por lo sano pones la misma excusa: no sigues porque el régimen en cuestión ya está más desfasado que los tacones acabados en punta. Pero la realidad es que un helado de chocolate con almendras acaba siendo el punto de inflexión para comenzar con otro plan de adelgazamiento. Y así sucesivamente. No te funciona ninguno de los que pruebas. Ninguno… hasta ahora.
El plato único. Son las tres palabras mágicas, la fórmula que podría ser la definitiva. Seguramente, este sistema te suene a alimentarte todo el día con el mismo ingrediente. ¡A ver, ya te sometiste a esa dieta hace un par de veranos!
¿Recuerdas que desde entonces aborreces las salchichas? Te encantaban hasta que se adueñaron de tu vida. Las tenías hasta en la sopa (bueno, no precisamente en la sopa de manera literal): para desayunar, comer, merendar y cenar. Vamos, que la primera idea que irrumpió en tu cabeza resulta errónea. El plato único no significa ingerir huevos y solo huevos el martes, o pasta y solo pasta los jueves.
Se trata más bien de algo parecido al plato combinado, pero aplicándole una vuelta de tuerca. Es decir, y aquí hacemos un inciso; antes de nada, borra de tu mente los filetes empanados, el par de croquetas y las patatas fritas aceitosas a más no poder. Y aclarado esto, continuamos.
Un plato equilibrado en el que se incluyen todos los nutrientes necesarios para el organismo, y preparado en un suspiro. Este es el resumen de la nueva tendencia dietética. Si estás más perdido que en un tutorial sobre agujeros negros y el Big Bang, te sacamos de dudas.
El plato en cuestión debe estar constituido por una parte importante de verduras variadas (mejor crudas que cocinadas). A esta mezcla debes añadir una ración de hidratos de carbono, los que te proporcionan el arroz integral, la quinua o el boniato. Pero aún hay más. Les toca el turno a las grasas saludables. Es decir, el aguacate o el aceite. Y muy importante: no aliñes este menú con mayonesa y esas otras salsas a las que eras asiduo hasta ahora.
«¿Y qué pasa?, ¿que no hay postre?», te estarás preguntando. ¿Cómo te vamos a dejar sin fruta?, por Dios. Con una manzana o una pera rematarás, y dejarás a un lado el hambre. Claro que, para quedar saciado, debes tener en cuenta un hábito que nunca cumples: masticar adecuadamente. Y, por cierto, no ocurre nada por comer una onza de chocolate, que el azúcar en pequeñas dosis puede ser nuestra aliada. Más aún si eres una persona aficionada al deporte (a practicarlo, no a verlo).
Repitiendo este método en la cena, no solo mantendrás la línea, sino que te sentirás bien y no querrás volver a escuchar nada sobre otras dietas. Y todo, sin privarte de muchos de esos manjares que adoras. No lo dejes para mañana. Prepara ya tu plato único.
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