Cuando escuchas la frase «a veces, el enemigo está en casa», no piensas en que tu pareja pueda jugártela. Asocias este carácter traicionero a un aparato que guardas bajo tu cama y que te trae por la calle de la amargura. No nos referimos al aspirador que funciona solo. De hecho, si no fuera por él, esas pelusas que recuerdan a las bolas del oeste poblarían tu pasillo. Estamos hablando de la báscula, que te da más disgustos que aquellos que les regalabas a tus pobres padres cada vez que traías las notas.
Debes saber que tu báscula, a la que temes más que a la cuesta de enero, no es infalible. Al fin y al cabo, un número es un número, no contiene más información que la que representa. Quizá las básculas del futuro te lean la cartilla mientras posas las plantas de tus pies sobre su superficie. Mientras tanto, para conocer más detalles sobre tu estado de forma, lo más aconsejable es acudir a un profesional.
Bueno, quizá la palabra gorda no sea la más apropiada en este caso. Eso sí, lo que resulta evidente es que lo que dice esa báscula que siempre te fastidia la fiesta no va a misa. Después de dos semanas a dieta, te envalentonas y, por fin, te decides a calcular cuántos kilos transportas cada vez que subes las escaleras hasta el tercero. El resultado es un agobio de mil demonios. «¿Cómo voy a haber perdido solo un kilo si no me encuentro el michelín por ningún sitio?», te preguntas.
Te subes y te bajas en bucle para cerciorarte de que esa cantidad no es un espejismo. Y no, parece que no lo es. Lo que no sabes es que esos dígitos no tienen en cuenta que saliendo con la bicicleta cada mañana has perdido grasa, pero has ganado músculo. Y el músculo también pesa, ¿verdad? Por tanto, puedes tener el vientre más duro que un frontón de pelota vasca y que te veas obligado a meterle a la cintura de tu pantalón, pero no consigas bajar de los sesenta kilos.
Como ves, la báscula de tu casa no posee poderes sobrenaturales. Tampoco es capaz de adivinar si te encuentras menstruando y, como consecuencia, retienes más líquidos. En este caso, la cifra que marcaría tu báscula tampoco se ajustaría a la realidad al cien por cien.
No hemos mencionado aún la importancia del momento en el que te pesas. Y es que, el número puede variar durante un mismo día en un kilo y medio. Esa bajada o subida depende de si ya has ido al baño o no, o de si ya te has metido entre pecho y espalda ese cocido, entre otras cosas.
Por tanto, llegamos a la conclusión de que este aparato te puede ofrecer información sesgada que no deberías tomarte al pie de la letra. Sobre todo, si te influye de manera negativa. Al fin y al cabo, lo importante es que te sientas bien.
Si tu dieta te proporciona bienestar y las personas que te rodean te llenan de piropos por todo lo que has adelgazado, que no te importe lo que ponga en esa pantalla insignificante. Haz más caso a tu espejo, pues las básculas, en ocasiones, hablan por hablar.
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