Ahora te libras porque tu pareja y tu ex se llaman igual. Pero bien sabes que en otras ocasiones has tenido más de un lapsus al respecto. Unas veces has salido indemne porque te has dado cuenta mientras comenzabas a pronunciar ese otro nombre, e inmediatamente lo has completado con otra palabra con el mismo inicio. Pero en otras circunstancias no has podido evitar el pollo. Mientras la otra persona escupía sapos y culebras por la boca, tú pensabas: «tierra, trágame».
Tu reacción podría haber sido otra bien distinta. De hecho, podrías haber salido de esa discusión con la cabeza bien alta si hubieras conocido la razón por la que cometiste ese error. La respuesta, como en todo, la tiene la ciencia. Los expertos te ayudan a justificarte.
Antes debes saber que no eres la única persona que se mete en estos berenjenales. De hecho, también te has visto obligado a sufrirlos en alguna ocasión. Concretamente, con tu madre, que al menos una vez al mes te llama por el nombre de tu hermano (ay, amigo, pero eso no te molesta igual que si te lo hace tu pareja, ¿verdad?) o incluso por el de tu perro. O con tu amigo Diego, ¿cuántas veces se ha dirigido a ti empleando el nombre del tercero de vuestro trío de colegas?
Y es que, este comportamiento resulta más habitual de lo que crees. No es solo propio de individuos que se distraen con una mosca. Y los despistes ni siquiera tienen que ver con que los nombres se parezcan, como el caso de Laura o Lara. Aunque también influye, claro.
En realidad, se trata, simplemente, de un error cognitivo, así que no veas fantasmas donde no los hay. Ni tu hermano es el hijo preferido de tu madre ni tu novio quiere más a tu perra por el simple hecho de llamarte «Linda» (y no te quejes, que al menos te está lanzando un piropo).
No le quitamos hierro al asunto para evitarte un disgusto, sino porque así lo determina la ciencia. Concretamente, un estudio efectuado por expertos de la Universidad de Duke, quienes entrevistaron a 1700 personas que se vieron afectadas en algún momento de sus vidas por el acto que nos ocupa.
La investigación llegó a la conclusión de que nuestro cerebro almacena la información por bloques de afinidad. Es decir, recopila los datos de las personas relacionadas en un mismo grupo. Por eso tu madre te llama por el nombre de tu hermano, pero no por el de tu mejor amigo, por ejemplo.
Y sí, como hemos visto, también puede confundir tu nombre con el de vuestro perro, pues se ha demostrado que incluimos a los canes en idéntica red semántica a la del resto de la familia. Los psicólogos encargados de este estudio no hallaron la misma relación cuando se trataba de gatos. Quizá porque con los felinos no establecemos esa unión tan potente.
Así que, ya lo sabes, si alguien vuelve a llamarte por el nombre de otra persona, apaga ese humo que te sale de las orejas. No le des más importancia. No significa que te quiera menos que a ese otro individuo. Tampoco, que no te tenga en cuenta o que te confunda con él. Para entenderlo, simplemente tienes que ponerte en su lugar. ¿Sientes algo por esa persona cuyo nombre has confundido con el de tu pareja? No, ¿verdad? ¡Pues ya está!
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