Te rindes cuando tu perro te pone ojitos de desvalido para robarte tu comida. Entras en la tienda de juguetes cada vez que tu sobrino se pega al escaparate como una ventosa. En tu infancia, aceptabas ser el árbitro en el partido del recreo y nunca eliges la película cuando vas con tu pareja al cine.
No sabes decir «no». ¡Ni siquiera con la cabeza! Responderías «sí, quiero» en el altar aunque te estuvieras casando con el pesado del tercero. Todo para que no se lleve un mal rato, el pobre. Y, claro, esas decisiones pasan factura. Cada una de tus obligadas afirmaciones dilata tu estrés hasta que tu montaña de ansiedad termina poseyendo el tamaño de la Cordillera Cantábrica. ¡Esto se tiene que acabar!
No lo dice la Real Academia de la Lengua, es la vida la que nos ofrece esa lección. Intentar agradar a todo el mundo, aceptando cada petición, resulta agotador. Y no solo por el tiempo que tienes que dedicar a cada una de las personas que reciben tu beneplácito (¡no te alcanza con las 24 horas del día!). Contentar a todos es agobiante.
El miedo a defraudar, incluso a individuos que no figuran entre tus seres más queridos, se apodera de ti. Te sientes responsable por cosas que no van contigo y restas dedicación a tus tareas por atender las de los demás. A su vez, no cumplir con tus obligaciones incrementa tu ansiedad. Es la pescadilla que se muerde la cola. Está clara la causa de tu estresada existencia, ¿verdad?
Y, sí, como has adivinado, la solución pasa por aprender a decir «no», todo un arte con el que conseguirás otros beneficios. Entre ellos, aumentar la productividad, aprender a gestionar mejor tu tiempo y a motivarte por nuevos retos.
Asimilando estas lecciones conseguirás negarte y reducir tu estrés. ¡E incluso le terminarás cogiendo gusto!
1. Ten siempre presente que rechazar una súplica no te hace ni peor persona ni egoísta. ¿No te has parado a pensar en que, tal vez, quien está demandando tu ayuda resulte un interesado?
2. No te sientas tan afectado por la opinión de los demás. Todos tenemos nuestros límites. Si no dispones del tiempo necesario para desarrollar ese trabajo extra, hazlo saber. Te entenderán, ya que es algo razonable.
3. Obsérvate frente al espejo y ensaya situaciones. Contemplar tu comunicación no verbal te ayudará a asimilar gestos más contundentes. Terminarás convirtiéndote en el rey del no.
4. Emplea el susodicho monosílabo con contundencia. No te vayas por peteneras. Si tu respuesta es: «No creo que pueda», el otro la interpretará como una afirmación. ¡Nada de medias tintas!
5. Sé sincero y breve. Justificarse demasiado no es recomendable. Con la verdad por delante llegarás a todas partes.
6. Cada vez que sientas que te vas a arrodillar de nuevo, piensa en las consecuencias. Aceptar el reto a sabiendas de que no vas a cumplir te provocará un malestar continuo.
Te avisamos: estás acostumbrado a dar tu brazo a torcer, por lo que no será un objetivo sencillo. Cuando tengas un dilema, consúltalo con la almohada. No vayas a pasarte ahora al otro extremo y terminar pronunciando «no» a todas horas. En el centro reside la virtud. Si tienes varios frentes abiertos, sopesa la importancia de cada uno. El sentido común se erige como el mejor amigo en estos casos. Aplicando la lógica y estos consejos, dejarás de ser una persona estresada. ¡Por fin!
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